¿Son nuestros comportamientos el resultado de nuestros instintos?

Con frecuencia nos quedamos perplejos ante la maldad de la que somos capaces. ¡Cuanto daño podemos hacernos a nosotros mismos y cuánto podemos dañar también a otros! ¿De dónde procede tanto mal? 

Parafraseando la Biblia tenemos: «Les doy este consejo: dejen que el Espíritu guíe su vida y así no querrán complacer los deseos de su naturaleza física. A menudo la naturaleza física desea lo que está en contra del Espíritu y el Espíritu desea lo que está en contra de la naturaleza física.» ¿Se refiere este texto de la Biblia a nuestros instintos? ¿Estamos marcados por instintos malos arraigados en nuestra carne? Esto es complicado, porque nosotros somos nuestra naturaleza física. Además, de acuerdo a la fe cristiana, todo lo que Dios creó es bueno. Y si esto es así, entonces ¿porqué decimos que ciertos deseos son malos? ¿Porqué se oponen el Espíritu y la naturaleza física? Veamos si la siguiente historia del Midrash judío nos puede ayudar a aclarar este dilema.

«Había una vez dos hombres que navegaban juntos en una canoa. Uno de ellos casualmente sacó un taladro y empezó a abrir un hoyo abajo de su asiento. El otro hombre alarmado le dijo: «¿Qué estás haciendo? ¿No te das cuenta de que vas a hundir la canoa?” El primer hombre simplemente respondió: “Bueno, no estoy abriendo el hoyo en tu lado de la canoa. ¿Cuál es tu problema?”»

¿Con qué instinto actuó este hombre? La verdad es que desde hace muchos años los estudiosos del comportamiento humano han insistido en que los instintos tienen muy poco que ver con lo que hacemos. Los humanos no actuamos guiados por patrones de conducta innatos, mas bien lo que hacemos es el resultado de una compleja combinación de factores en los que entran en juego nuestros deseos, gustos, percepciones, convicciones, valores, sentimientos y lo que hemos aprendido durante toda la vida y en nuestra cultura. Además, no podemos descartar cualesquiera que sean las tendencias que hayamos heredado de nuestros antepasados. 

Nuestro cerebro cuenta con estructuras especializadas que se ocupan de diversas funciones. Los neurocientíficos nos hablan de una parte del cerebro llamado «sistema límbico». Más informalmente se le conoce también como cerebro visceral. Ahí están las conexiones cerebrales que procesan los sentimientos y los deseos básicos. También en nuestro cerebro tenemos los lóbulos frontales. En ellos están las estructuras que nos permiten pensar, evaluar, y razonar. Otras áreas específicas de nuestros cerebro, por su parte, tienen que ver con los procesos necesarios cuando usamos el idioma. Y así sucesivamente distintas areas de nuestro cerebro se ocupan de diversas funciones. Por otra parte, con la participación intrincada de diversas estructuras nuestro cerebro va formando un enorme número de conexiones neuronales que se activan frente a los distintos estímulos que encontramos en la vida, formando patrones mentales que dirigen nuestro comportamiento.

¿Dónde pues radica la maldad? Las estructuras de nuestro cerebro, por supuesto, no son malas. Al contrario fueron creadas para potenciar nuestra vida. El problema está cuando en nuestros procesos mentales nos centramos tanto en algunos deseos y emociones, particularmente aquellas que proceden de nuestro cerebro visceral, que hasta pasamos por alto el hecho de que nos hacemos daño a nosotros mismos y los que nos rodean, como le pasó al amigo de la canoa. 

Por eso, la solución de la Biblia es: «Dejen que el Espíritu guíe su vida.» Por eso el tercer paso dice: «Decidimos entregar nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado de Dios como alcanzamos a percibirlo.» Recuerde que éste es el paso donde decidimos buscar soluciones por medios espirituales. Aquí empezamos a enfocarnos en la voluntad del Espíritu. Luego, el paso 11 dice: «Mediante oración y meditación personal y familiar mejoramos nuestra relación con Dios y liberamos nuestra mente para conocer su voluntad y tener poder para cumplirla.» Este es el paso mediante el cual practicamos y arraigamos nuestro sentido de ser guiados y sustentados por Dios y potenciamos así la serenidad, la fe y la espiritualidad.

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