¿QUÉ ES SER PAREJA?

Ser pareja es aprender a ser uno, a disfrutar en la diversidad de la paz y la armonía y a superar la tendencia al distanciamiento y la indiferencia que conducen a la soledad. Ser pareja es potenciar mutuamente la personalidad del otro, forjando juntos una misma meta y abriendo juntos un mismo camino para lograrla. Según la Biblia, el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer para, los dos, convertirse en uno solo. (1)  Para hacer esto posible, nos comprometemos como pareja a expresarnos nuestro amor verbal, física, sexual, emocional y espiritualmente, de una manera exclusiva y total. Procuramos cada día vitalizar nuestra relación y nuestro compromiso mediante actos espontáneos de amor, cuidando del otro así como cuidamos de nuestro propio cuerpo. (2)

Reconocemos que el amor en su forma más pura es una determinación libre de nuestra voluntad. Renunciamos por completo a la idea de manipular o controlar a nuestra pareja. Buscamos amar como Dios nos ama (3) sin suponer que el amor de nuestra pareja define quienes somos o cuanto valemos. Escogemos amar con libertad plena, tomando consciencia de que ni nuestra felicidad ni nuestra vida dependen de nuestra pareja. Así evitamos conscientemente crear relaciones enredadas con nuestra pareja o volvernos totalmente dependientes de ella. De igual manera nos mantenemos libres de los enredos en los que pueda pretender meternos involuntaria o voluntariamente nuestra pareja e insistimos en no fomentar su dependencia total de nosotros. Sabemos que a veces tal dependencia y enredo se confunde con el amor.

Fomentamos el amor expresado como "philos", es decir, afecto y romance. También potenciamos el amor como "eros", o sea como deseo y satisfacción sexual. Pero también hacemos que crezca el amor como "ágape", es decir como decisión y compromiso libre. Evitamos toda forma de narcisismo, reconociendo que el amor genuino es ante todo amor al otro. Así es como Dios nos ama: con nuestras diferencias, e incluso con nuestros errores y defectos. Por eso, asumimos que nuestra relación de pareja es una oportunidad de curar, por medio del amor, los males que nos causa el egoísmo. Valoramos nuestras diferencias, sabiendo que son las que enriquecen nuestra vida y amplían nuestros horizontes.

Procuramos estar atentos a las necesidades de nuestra pareja y tratamos de satisfacerlas, buscando formas de agradarle continuamente. Pero no creemos que satisfacer a nuestro cónyuge es la razón final de nuestra vida, ni que somos la fuente final de su felicidad y satisfacción. Reconocemos que con frecuencia las diversas ocupaciones y distracciones de la vida hacen que nos desentendamos de nuestra relación y, por eso, nos comprometemos a enfocar cada día nuestra atención en nutrirla convenientemente. 

Estamos convencidos de que, aunque somos uno por el amor que nos une, cada uno de nosotros es una persona distinta y no nos sentimos obligados a estar de acuerdo en todas las cosas, tener los mismos gustos, o compartir los mismos intereses. Por consiguiente, procuramos cada día respetar y apreciar nuestras características individuales y definimos nuestra unidad con base en el amor, (4) buscando maneras de complementarnos el uno al otro, sin juzgarnos ni entrar en competencia o juegos de control. Muy conscientes de que la seguridad es absolutamente indispensable para que crezca nuestra relación, nos esforzamos para fomentar un ambiente totalmente seguro para el otro. Entendemos que si dejamos que cada uno tenga que hacerse cargo de su propia seguridad en la relación, se desatarán fuertes vientos de distanciamiento entre nosotros.

Entendemos que para fomentar nuestra unidad tenemos que comunicarnos bien, aunque con frecuencia nos vemos tentados a pelear más que a comunicarnos. Por eso nos esforzamos por expresar verbalmente, sin ira ni agresión, nuestras necesidades, inquietudes y sentimientos. (5) Aceptamos y expresamos nuestros sentimientos clara y respetuosamente. Igualmente aceptamos y reconocemos nuestros errores. De la misma manera expresamos nuestras necesidades físicas, emocionales y espirituales. Con prontitud buscamos en cada problema nuestra responsabilidad propia, en vez de culpar al otro. Sabemos que al identificar nuestra responsabilidad, potenciamos nuestra capacidad de resolver los problemas, mientras que buscando culpas en otros creamos caos e impotencia. Por eso nos esforzamos en cada ocasión para distinguir entre lo que son nuestros problemas propios y los que le corresponden a nuestra pareja. Apoyamos y acompañamos a nuestra pareja en la solución de sus problemas, facilitando el proceso lo más que podemos; pero no nos responsabilizamos por resolvérselos.

En vista de todo lo anterior, reconocemos que alcanzar el nivel de unidad que se nos brinda, como una posibilidad enormemente valiosa en nuestra relación, es una tarea colosal. Somos dos personas distintas, con pesadas cargas y tendencias heredadas de nuestras familias de origen y con múltiples defectos de carácter propios. Por consiguiente, admitimos nuestra impotencia para lograr y mantener esa unidad mutuamente enriquecedora, pero aprendemos a confiar en nuestro Poder Superior y a entregar nuestra pareja al cuidado de él. ¡Solo Dios puede darnos unidad!

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(1)  Génesis 2:24
(2) Efesios 5:28-29
(3) Efesios 5:25
(4) Lea Colosenses 3:12-15
(5) Lea Efesios 4:28-32

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