iglesia de cristo (5)

Doctrinas en la iglesia: Dios

Habiendo resumido brevemente el curso de la historia del cristianismo desde sus comienzos en el primer siglo hasta nuestros días, vamos ahora a considerar en los próximos artículos varias creencias religiosas y a compararlas con lo que la Biblia enseña. Empezaremos con la doctrina acerca de Dios. 

La idea de Dios empieza con unas preguntas fundamentales que eventualmente todos los seres humanos nos hacemos en algún momento de nuestra vida. ¿Es lo que percibimos con nuestros sentidos materiales lo único que existe? ¿Por qué existen todas estas cosas que percibimos con nuestros sentidos? ¿Será posible que alguna vez no exista nada? ¿Por qué existo yo? ¿Dejaré de existir alguna vez? ¿Será posible que exista algo más allá de todo lo que percibo con mis sentidos y de lo que alcanzo a imaginarme dentro del mundo material?

Éstas no son preguntas académicas. No son simplemente propuestas de debate en círculos religiosos, ni formulaciones de catecismos en las iglesias. Son interrogantes verdaderamente humanos que nos planteamos desde nuestro ser interior. Representan nuestra búsqueda de significado y explicaciones. Son nuestra manera de estirarnos hacia el infinito buscando una conexión definitiva.

Esta búsqueda debe ser la base de toda nuestra reflexión acerca de Dios. Debemos evitar a toda costa la tentación de hablar de Dios desde cualquier plataforma artificial ideada con el fin de controlar o subyugar a otros, de generar beneficios para algunos a expensas de otros, o de mantener viva una institución humana. No debemos hacer afirmaciones acerca de Dios para quedar bien con la iglesia la cual pertenecemos. Esto, lejos de ampliarnos el horizonte abriéndonos la posibilidad de una relación con el Infinito, nos pondrá en una situación más estrecha y distante. De hecho, las muchas  guerras, enemistades y tantas divisiones hechas en nombre de la religión son una prueba de lo que pasa cuando el tema de Dios se nos vuelve un pretexto para el egoísmo. 

A Dios hay que buscarlo con nuestras propias preguntas y desde nuestro propio interior. Es entonces cuando la Biblia se nos abre como una respuesta de Dios mismo que se acerca para conectarse con la humanidad. Dios se descubre ante nuestra mente inquieta a través de sus intervenciones en nuestra historia y de su palabra histórica. No estamos diciendo con esto que nosotros  no podamos percibir personalmente la presencia de Dios en nuestra vida. Sino más bien que Dios no solamente se acerca nosotros subjetivamente, sino que también ha intervenido y se ha comunicado con otras comunidades de personas en otros tiempos. Esas intervenciones y comunicaciones históricas constituyen un hilo de historia dentro del cual podemos entender mejor nuestras experiencias personales y, así, conocer mejor a Dios.

Cuando leemos la Biblia nos encontramos con un Dios que es eterno, único y creador. Éxodo 3:1-14 nos relata que cuando Dios se le presentó a Moisés en una zarza ardiendo para enviarlo a liberar a los israelitas, esclavos en Egipto, Moisés quizo saber el nombre del Dios cuya voz escuchaba desde la zarza. De alguna manera Moises pensaba que si sabía el nombre de Dios,  podría entenderlo mejor y tener más control sobre su acceso a El. La respuesta de la voz en La Zarza fue: "Yo soy el que soy" (verso 14). Al conjugar ese verbo en la tercera persona singular, tenemos la palabra Yahweh. Gramaticalmente es un imperfecto causal,   cuatro consonantes en hebreo que representan el nombre de Dios y  que pueden traducirse en español  por "Él es", "él sera", o "él hará que sea". Con este enigmático nombre, Dios se le revela Moisés como el único ser cuya existencia no depende de nada. Fuera de Dios todo es criatura. Dios simplemente es, ha sido y hace que exista todo lo demás. Dios está por fuera y por encima de todo lo creado. Es totalmente distinto a la criatura.

 La Biblia no da lugar al panteísmo ni al panenteísmo. Al principio, Dios que siempre ha sido, creó todo lo demás que existe. Dios Creó de la nada. Así que nada es eterno excepto Dios. No es como en la filosofía platónica, según la cual siempre han existido las ideas perfectas y la materia caótica. Dios y la creación son totalmente distintos. Él es eterno mientras todo lo creado es temporal. Dios y la criatura no se deben confundir. El ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, pero no posee, como sostienen algunos pensadores de la posmodernidad, ninguna chispa innata de divinidad.

El Dios de la Biblia es el creador directo de todas las cosas, tanto espirituales como materiales (Génesis 1:1 , Colosenses 1:16). En la antigüedad, especialmente a partir del siglo segundo, surgió una extraña desviación de la doctrina cristiana, una mezcla de filosofías y religiones, según la cual, del Dios puro y original habrían surgido una serie de emanaciones, cada vez más distantes y menos puras. Una de las últimas emanaciones, un demiurgo, formó de la materia caótica las cosas físicas y encerró nuestros espíritus en nuestros cuerpos.

El Dios de la Biblia no es así. Él mismo es el artesano que creó todo con amor. Las cosas físicas no son malas ni contrarias a la espiritualidad. Él ama y se deleita en su creación (Génesis 1:31). "Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna." (Juan 3:16). Dios ama nuestro mundo y está interesado en las cosas que pasan en el a pesar de su pequeñez dentro del inmenso universo de estrellas y constelaciones. Hombres, mujeres, rios, océanos, plantas, animales y minerales, todo es creación maravillosa para Él. 

Dios ama nuestro mundo, el cual nosotros hemos ayudado a construir, y sorprendentemente lo sigue amando, a pesar de nuestros errores; aunque haya guerras, tiranos, gobiernos corruptos, injusticias y pasiones turbias y ciegas. Lo ama, aunque nosotros no lo amemos a Él ni seamos capaces de amarnos unos a otros y a pesar del dolor y la maldad que hemos introducido y seguimos introduciendo en él.

Decir que Dios ama, que se interesa por el mundo, es creer que él es un ser personal. No es una fuerza, ni un campo energético cósmico, como en el universo imaginario de La Guerra de las Galaxias. El Dios de la Biblia posee una inteligencia, tiene sentimientos, se comunica, pero, más que todo, tiene intenciones. Su propósito es unificarlo todo, trayendo paz y armonía total (Efesios 1:10). Por inverosímil que sea, partiendo de nuestro presente, un mundo futuro totalmente pacífico y armónico, El destino de la creación es exactamente ese. El Dios de la Biblia nos ofrece su promesa como garantía de esa esperanza. Además, para avalar su promesa, Dios nos relata en la Biblia la historia de su fidelidad y el cumplimiento paulatino, pero inexorable de todos sus propósitos.

Puesto que Dios es único, solo Él merece nuestra total confianza y fidelidad. Si veneramos y ponemos nuestra fe  en cualquier cosa que no sea el único Dios verdadero, cometemos idolatría (Isaías 46:1-9). Dios es el origen final de todo bien. Es la única alternativa real de salvación (Isaías 43:11). Toda idolatría es un engaño. A pesar de que los maestros de la Iglesia Católica Romana insisten en que en su iglesia no se adoran ni los santos ni sus imágenes, sino que simplemente les rinden  homenaje, la verdad es que, en la práctica, millones de creyentes han puesto su fe en seres y cosas que no son Dios. Por supuesto que la idolatría no se limita solamente a la veneración religiosa de imágenes, ángeles o seres exaltados. Cualquier cosa que suplante el lugar de Dios en nuestro proyecto de vida, tenga o no  connotaciones religiosas, es un ídolo; sea dinero, fama, una ideología política o el poder militar. La doctrina bíblica acerca de Dios, nos aleja de la idolatría, conduciéndonos al conocimiento del Dios único, fuente verdadera de la vida (Juan 17:3).

Otro asunto que se discute en los círculos religiosos actuales tiene que ver con lo que se ha llamado "La Trinidad". Hoy por hoy podemos decir que hay iglesias trinitarias e iglesias unitarias, surgidas a partir de diversos credos, que se han convertido en bandera de controversia. Pero éste será nuestro tema en el próximo blog.

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OTROS CAMBIOS SIGNIFICATIVOS

La iglesia es una entidad muy especial. La Biblia enseña que fue preparada y planeada por Dios antes de la fundación del mundo (1). Su fundador es Cristo mismo (2) y su constructor es el Espíritu de Dios (3). Sin embargo, los obreros que trabajamos en ella y colaboramos con el Espíritu Santo en su construcción somos humanos. Por consiguiente, la iglesia es a la vez el resultado de una obra tanto divina como humana. Al edificar la iglesia, Dios no anula nuestra humanidad ni nuestra libertad. Al contrario, en la iglesia somos llamados a potenciar nuestra humanidad, tal y como fue diseñada por Dios en su creación original. Esto implica dos cosas muy importantes para nosotros a la hora de evaluar los cambios ocurridos en el cristianismo a lo largo de los siglos: En primer lugar, la iglesia vive su llamamiento en contextos socioculturales específicos. En segundo lugar, cada uno de los creyentes que componemos la iglesia estamos constantemente expuestos a cometer equivocaciones y errores. Detengámonos unos momentos en la primera implicación.

Para ser pertinente, la Iglesia debe, como lo hizo el Maestro, proclamar y ser mensaje de Dios en el devenir diario de los distintos pueblos y localidades donde le corresponde vivir. Así, cuando leemos el Nuevo Testamento, nos encontramos con muchas prácticas, costumbres y términos que fueron parte de las sociedades y culturas en las que se desarrolló el cristianismo primitivo. Algunas de ellas son por ejemplo, la forma de saludar (4), la institución de la esclavitud (5), la tensión entre creyentes judíos y gentiles (6), los medios de transporte (7), la forma de demostrar una actitud de servicio (8), el significado convencional de ciertos cortes de cabello (9), y varias otras cosas más. Los cristianos del primer siglo pudieron ser sal en sus culturas porque supieron vivir y predicar su fe permaneciendo inmersos en sus respectivos mundos sin dejarse arrastrar por la corriente y sin convertirse ellos mismos en un grupo más del montón.

Las costumbres, los idiomas, los medios de comunicación, las instituciones y todas las demás expresiones culturales que caracterizan nuestra actividad humana cambian de una era a otra. Por consiguiente, el reto para la iglesia en cada época es estar en el mundo sin ser del mundo (10). Es decir, oír la voz de Dios y ponerse en marcha desde su propio lugar sociocultural. Únicamente así podemos ser una iglesia misionera, signo de esperanza y transformación. Pero, claro, esto implica el ejercicio de nuestro juicio humano.

Aún en el primer siglo, con la memoria fresca de los eventos y enseñanzas de Jesús y mientras el Espíritu Santo estaba revelando directamente la Palabra de Dios, podemos ver lo difícil que es este reto para la iglesia. El primer paso intercultural que tuvo que dar la iglesia tuvo que ver con la súbita acogida del Evangelio por parte de judíos extranjeros. La Iglesia nació en Jerusalén, en el contexto de una comunidad predominantemente Palestina. ¿Como había que vivir la fe en convivencia con un gran número de judíos con raíces griegas? El relato que leemos en Hechos 6:1-7 nos muestra claramente cómo el factor humano interfiere con el cumplimiento cabal de la voluntad de Dios. Más tarde la Iglesia tiene que dar otro importante paso intercultural. ¿Qué hacer con extranjeros simpatizantes del judaísmo, pero no convertidos todavía? ¿Se podía aceptarlos la iglesia sin necesidad de hacerlos primero judíos? En Hechos 10 y 11 leemos que ni aún para el apóstol Pedro éste fue un paso fácil. De hecho, a partir de ahí y a medida que el Evangelio se extendió por pueblos y ciudades cuya población era predominantemente gentil, surgieron múltiples cuestiones que los primeros cristianos tuvieron que discutir.

Desde el principio, pues, es claro que la fe se vive avanzando, a pesar de la vacilación inherente a nuestra condición humana. Si tuviéramos que representar en un esquema ese avance vacilante de la fe a través de los siglos, dibujaríamos una línea horizontal oscilante en la cual la subidas y bajadas representan nuestras incertidumbres y equivocaciones al avanzar por el derrotero que nos marca la palabra histórica de Dios, "la fe una vez dada a los santos". Se vale tener dudas e incluso equivocarnos, siempre y cuando avancemos en la dirección correcta. El problema es apostatar, desviarse de dirección. Este ha sido un peligro grave, también desde el principio (11). Veamos algunos ejemplos a continuación.

Aproximadamente a partir del año 200 d.C, en varias iglesias los cristianos empezaron a conmemorar la fecha del fallecimiento de los mártires y a hacer donaciones en su nombre. Gradualmente los obispos les dieron a estas celebraciones un carácter oficial. Éstos actos conmemorativos fueron tomando la forma de una veneración especial por aquellos que habían dado su vida por causa de Cristo. Posteriormente, a la lista de mártires se añadieron otros cristianos cuya piedad se consideraba sobresaliente. Así, pese a que en el Nuevo Testamento todos los creyentes son considerados santos, la palabra Santo se limitó únicamente a esta lista de personas especiales. En el año 1170 d. C. el papa Alejandro III afirmó que a nadie podía venerársele como santo sin la aprobación oficial de la Iglesia Católica Romana. Actualmente la Iglesia Católica solamente autoriza venerar como santos a aquellos que han sido oficialmente canonizados por el papa. Además, la veneración a los santos incluye el uso de imágenes, frente a las cuales los creyentes se arrodillan, piden de milagros, encienden velas y practican otras formas de adoración, mezclando enseñanzas cristianas con prácticas y festividades paganas.

En el año 253 d.C, Novaciano, recluido en una cama por causa de su enfermedad, fue bautizado rociándole agua sobre todo su cuerpo. Al principio a esto se le llamaba "bautismo clínico" y estaba reservado solamente para enfermos que no podían levantarse de su cama, aunque muchos dudaban de su validez. Eventualmente, después de mucha controversia, también se fue adoptando práctica de bautizar bebés, especialmente después de que Agustín (354-430 d. C.) propusiera en el que siglo cuarto la idea del pecado original. Sin embargo fue hasta el año 1311 d. C., en el concilio de Ravenna, que se decretó oficialmente que el bautismo por rociamiento era igual al bautismo por inmersión. En la actualidad la práctica general de la iglesia católica es el bautismo de infantes por rociamiento, aunque algunos templos católicos modernos están construyendo pilas, para bautizar a aquellas personas que prefieran hacerlo por inversión. De igual manera, el catolicismo oficial se está alejando de la idea del limbo como el lugar donde van a parar los niños que mueren sin ser bautizados.

Veamos a continuación otros cambios significativos. Bajo la dirección del Espíritu Santo, los cristianos del primer siglo se apartaron sustancialmente de ritos y ceremonias elaboradas y se concentraron en una adoración espiritual, sencilla y práctica centrada en la Palabra de Dios. Pero a partir del 250 d. C. el deseo de más rituales dio pie a que surgiera una clase sacerdotal separada del resto de la iglesia, pese a que en el Nuevo Testamento todos los cristianos son considerados un "sacerdocio real".(12) Del mismo modo, por ahí a partir del año 350 d. C. las reuniones de adoración empezaron a llamarse "misa", debido a la frase en latín "Ite, missa est", que se usaba para despedir la asamblea antes o después de la cena del Señor. La frase literalmente significa: "Váyanse, esta es la despedida." En la actualidad, la Iglesia Católica considera que durante la misa, el sacerdote renueva el sacrificio de Cristo en la cruz convirtiendo el pan y el vino literalmente en el cuerpo y la sangre de Jesús. A esta doctrina se le conoce como "transubstanciación" y no fue generalmente aceptada en la iglesia hasta después del año 800 d. C.

En el año 1704 d.C se le prohibió determinantemente a los sacerdotes que se casaran. Pero, puesto que hubo tanta resistencia, la práctica del celibato no se forzó con rigidez hasta después del año 1123 d. C. En el año 1564 d. C. El papa Pío IV decretó que solamente la Iglesia Católica tenía el derecho de interpretar las Escrituras. Los creyentes no deberían tener acceso individual y directo a la Palabra de Dios. En 1870, en el concilio Vaticano, se decretó el dogma de la "infalibilidad del papa". Según esta doctrina, cuando el papa habla oficialmente sobre asuntos de fe y moral está exento de cometer cualquier error. El 1 de noviembre de 1950 el papa Pío XII decretó del dogma de la Asunción de María, Según el cual, después de cumplida su misión en la tierra, María fue recibida en el cielo en cuerpo y alma.

Éstos y muchos otros dogmas y prácticas señalan un rumbo diferente al que marcó Jesús al establecer su iglesia en el primer siglo. En vez de una iglesia orientada por la palabra histórica de Dios, surgió una iglesia dirigida por las leyes y los decretos de los concilios y de los papas. En vez de una iglesia espiritual, despegada del mundo y retadora del paganismo, se fue formando una iglesia materialista, sincretista y apegada a lo ritual y a lo mágico. En vez de ser una iglesia que avanza contracorriente, aparece una iglesia que se acomoda al mundo y se confabula con los poderosos. No sigue la estrella que conduce a la sencillez del pesebre, signo inconfundible del nuevo pueblo de Dios, sino que se empeña en seguir la ruta equivocada de los grandes de la tierra que, siguiendo el consejo satánico, buscan a cualquier costo alcanzar la gloria de los astros.

El camino de Jesús jamás ha sido ancho, fácil o espacioso. Si queremos andar por él, tenemos que mantener puesta la mirada en la dirección hacia la que apuntan los eventos, las doctrinas y las prácticas del Nuevo Testamento. No basta con hacer una lectura superficial y legalista de sus documentos buscando repetir ciertas formas o credos aislados y creyendo haber restaurado con ello el cristianismo primitivo. Tampoco es suficiente una fe subjetiva y sin contenido incapaz de ofrecernos una guía real. Dios actuó y hablo en el primer siglo y con sus hechos y palabras dio comienzo a una nueva era, en cuyo desarrollo nosotros, en la alborada del siglo XXI, somos llamados a participar. No pretendemos tener todas las respuestas. Sabemos que erramos con frecuencia, pero puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, navegamos hacia la consumación final de la voluntad de Dios.

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(1) Efesios 1:4
(2) Mateo 16:18
(3) 1 Corintios 12:11
(4) Romanos 16:16
(5) 1 Corintios 7:21-22
(6) Gálatas 3:28
(7) Hechos 27:2
(8) Juan 13:1-20
(9) 1 Corintios 11:2-16
(10) Juan 17:15-16
(11) 1 Timoteo 1:19-20, 4:1-4
(12) 1 Pedro 2:9

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El comienzo de las diferencias

En el artículo anterior exploramos nueve razones por las que cabe esperar que en el mundo religioso abunden diversas doctrinas. Pero ¿cómo empezó la diversidad?  En realidad, antes de abordar esta pregunta tenemos que contestar otra aún más fundamental. En el primer artículo dijimos que a leer la Biblia, particularmente el Nuevo Testamento, nos quedamos con la impresión de que los escritores bíblicos estaban convencidos de que lo que escribían era doctrina de Dios. ¿Estaban en lo correcto o se equivocaron pensando que sus escritos comunicaban  doctrina verdadera? ¿Realmente se comunicó Dios con la Iglesia naciente o no hubo ninguna comunicación de su parte? ¿Hubo mandamientos y verdades verbalmente expresarles o fue la comunicación de Dios en la forma de algún tipo de sentimiento religioso individual en el corazón de cada creyente?

Estas preguntas son absolutamente fundamentales. De su respuesta depende todo lo que digamos a continuación. En esta serie sobre las doctrinas y la iglesia no tenemos espacio para desarrollar este tema con profundidad. Aquí simplemente vamos a asumir que Dios sí se comunicó, que sí hubo mandamientos y verdades expresas dadas a la iglesia primitiva. De no ser así, ninguna discusión sobre ningún asunto doctrinal, tendría sentido. En vez de doctrinas tendríamos que hablar de conveniencias, preferencias o tendencias. Pero, si a la iglesia primitiva se le enseñó una doctrina verdadera, ¿cómo, cuándo y dónde surgieron variantes significativamente diferentes de dicha doctrina?

Lea 1 Timoteo 4:1-5; 2 Timoteo 4:3-4; Hechos 20:28-30. Al poco tiempo de iniciada la iglesia, durante la primera y la segunda generación de creyentes, ya se veían surgir en los distintos puntos de influencia cristiana, errores y tendencias peligrosas que fueron la ocasión de severas advertencias por parte de los escritores bíblicos. Con el paso del tiempo estas tendencias y nuevos errores fueron tomando fuerza y dando forma a una iglesia que, aunque procede históricamente de la que iniciaron Jesús y sus apóstoles, es sumamente diferente. 

Uno de esos cambios tiene que ver con la organización de las iglesias. Cuando leemos el Nuevo testamento, nos damos cuenta de que la organización de las iglesias primitivas era muy sencilla. Mediante la proclamación del mensaje de Jesús, la iglesia que había empezado en Jerusalén, a principios de los años 30 d. C., había crecido exponencialmente y se había extendido por una basta zona del imperio romano, incluyendo Roma misma, la capital del imperio. ¿Qué tipo de organización tuvo aquella gran iglesia intercontinental?

Los últimos libros del Nuevo Testamento fueron escritos a mediados de los años 90 d. C., unos 60 años después de que se iniciara la iglesia en Jerusalén. Sin embargo, en ninguna parte del Nuevo Testamento se hace referencia alguna a ninguna institución terrenal que pudiera representar un gobierno central humano de la iglesia universal.

Lea Efesios 1:22 y Coloreases 1:18. Las cartas a los Efesios y los Colosenses fueron escritas alrededor del año 62 d. C. Para entonces ya había comunidades cristianas en todas las principales ciudades del imperio romano. ¿cómo se refiere Pablo a este creciente el número de creyentes diseminados en los extensos territorios dominados por Roma? Ellos son la iglesia, sin más ni menos. La iglesia no tiene nombre propio porque no hay nada que provenga de sus miembros que valga la pena distinguir o resaltar. Su único distintivo es su Fundador, Salvador y Gobernador: Cristo. ¿Qué significa esto en la práctica?

Veamos algunos ejemplos. La iglesia primitiva no es la Iglesia Romana porque lo que los distingue no es su lealtad a un imperio o a una nación, sino la fe que los une a Cristo. No es la iglesia Paulina en mi Petrina, porque Pablo y Pedro son simplemente siervos de Cristo, y no están en competencia el uno contra el otro. No es la iglesia carismática, porque la gloria no está en los carismas sino en aquel que los da, es decir Cristo. 

Lea Efesios  4:1-6. Para el apóstol Pablo no hay más que una iglesia. Hay una sola fe y una sola autoridad sobre  la iglesia universal la cual es Jesucristo. En cualquier parte del imperio, cualquier persona dispuesta a creer en la fe de Jesucristo es añadida por Cristo a la iglesia universal mediante un solo bautismo (Lea Hechos 2:47 y 1 Corintios 12:12-13). Todos los creyentes tienen la misma esperanza y el mismo Espíritu. Todos adoran al mismo Dios, a quien reconocen como Padre de todos, declarándose así hermanos los unos de los otros. Pero ¿cómo se organiza esta iglesia universal a nivel local? ¿Como practican los creyentes en sus respectivos lugares ser Pueblo Nuevo de Dios, Iglesia de Jesucristo?

En sus respectivas comunidades los cristianos se unen como familia novedosa de Dios bajo la dirección de un grupo de hombres a quienes llaman ancianos, obispos o pastores (Lea 1 Timoteo 3:15 y Tito 1:5, Hechos 20:28). Los ancianos no representan ningún poder arbitrario o autónomo. Su función es dirigir sus respectivas comunidades siguiendo las directrices de la única cabeza, que es Cristo (Lea 1 Pedro 5:1-2). Ninguno de ellos tiene supremacía sobre los demás, Ni ejerce autoridad sobre otras comunidades distintas a la suya, porque la única autoridad de la Iglesia es la de Cristo (Lea Mateo 28:18).

Esta práctica empezó a cambiar a partir del siglo II. Muy gradualmente, en las iglesias, uno de los ancianos empezó a ostentar más autoridad que los demás. Poco a poco la palabra "obispo" empezó a usarse de una manera exclusiva para designar a esta persona, a quien se le atribuía la autoridad máxima en la iglesia local. No olvidemos que bajo la dirección de Cristo en la iglesia del primer siglo las palabras obispo, anciano y pastor se referían intercambiablemente al mismo grupo de personas y la única autoridad máxima era Jesucristo.

En el año 325 d. C., en el llamado «concilio» de Nicea, convocado por el emperador Constantino, los obispos fueron reconocidos oficialmente y recibieron privilegios, prestigio y autoridad sobre las iglesias afiliadas a sus respectivos distritos metropolitanos, aunque se mantuvo la independencia de cada obispo en relación con otros y sus respectivos distritos. Como bien lo anota Justo González, el nuevo poder impartido los obispos "pronto los llevó a cometer actos de arrogancia y corrupción." (Ver «The Story of Christianity, Vol 1, de Justo L. Gonzalez) Con mucha razón los cristianos del primer siglo insistieron en su doctrina y su práctica sobre la necesidad de mantenerse fieles únicamente a la autoridad de Jesucristo. El deseo de poder y gloria han sido siempre grandes tentaciones para los seres humanos (Lea 3 Juan 1:9).

Durante los 250 años siguientes el prestigio y el poder de ciertos obispos fue aumentando significativamente. Diversos factores políticos, sociales y eclesiásticos contribuyeron para fomentar la jerarquía y la concentración del poder en los líderes religiosos. Así, los obispos de Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Roma se convirtieron en los líderes más prominentes de la iglesia. Al poco tiempo, surgieron diversas y enconadas luchas de poder entre los líderes de oriente y occidente. Realmente se estaban disputando el puesto de «Obispo universal». De hecho, ya en el año 190 d. C. el obispo Víctor de Roma, había pretendido el título de «Obispo Universal», pero las iglesias en aquel entonces no lo tomaron en cuenta. 

En el año 595 d. C. Juan IV de Constantinopla, pretendió ese título para la sede de Oriente. Sin embargo, Bonifacio III, obispo de Roma, dada la amistad que tenía con el emperador bizantino Flavio Focas Augusto logró que éste le concediera  por decreto en el año 606 d. C., en contra de Ciríaco, sucesor de Juan IV, el poder para ser "cabeza de todas las iglesias" y que el título de "Obispo Universal" designara exclusivamente al obispo de Roma (Ver el artículo en la Enciclopedia Católica). 

Así fue como paulatinamente surgió la Iglesia Católica con su formidable jerarquía. La palabra "católica" significa universal y las primeras veces que los cristianos la usaron querían decir la iglesia universal de Jesucristo. Sin embargo, ni la estructura jerárquica, ni muchas otras prácticas que caracterizan a la que hoy conocemos como la Iglesia Católica Romana, reflejan la doctrina y la práctica que encontramos en los escritos del Nuevo Testamento. Si bien la Iglesia Católica moderna surgió de un proceso histórico a partir de la iglesia del primer siglo, acerca de la cual habla la Biblia, tal iglesia es hoy sustancialmente diferente. El aparato jerárquico que la caracteriza no es una simple adaptación histórico-cultural necesaria. Al contrario, se aparta notablemente de la doctrina bíblica al sustituir el modelo de autoridad espiritual que enseñó Jesús por uno meramente humano y político.

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¿Porque tantas doctrinas diversas?

En el artículo pasado veíamos que la doctrina cristiana es el conjunto de enseñanzas que recibimos de Dios. Si Dios ha enseñado y si tenemos acceso a sus enseñanzas por medio de los escritos bíblicos, ¿por qué tan diversas religiones en el mundo y tantas iglesias cristianas diferentes? ¿Es que la doctrina de Dios es muy difícil, o que en materia de religión hay que conformarse con los gustos, preferencias y opiniones de cada quien? Este parece ser el punto de vista de muchas personas en nuestros días. De hecho hay incluso un creciente número de creyentes para quienes la doctrina es algo completamente secundario. Muchos prefieren no hablar de temas doctrinales porque suponen que las creencias religiosas no son nada más que puntos de vista muy personales de cada quien. ¿Pero realmente la fe pertenece el plano de las opiniones o es que los humanos somos propensos a errar? Lo cierto es que pensar con juicio y buscar con acierto la verdad no son tareas fáciles y hay varios factores que interfieren con nuestra búsqueda.

Lea 2 Tesalonicenses 2:10. ¿Cuál es aquí un factor clave para no caer en el error? El amor a la verdad. Para aprender hay que querer aprender. Hay que aceptar que uno no sabe y estar dispuesto a renunciar a la ignorancia. Con frecuencia nos entusiasmamos con la idea de aprender algo nuevo, un idioma por ejemplo, pero no tenemos suficiente interés para continuar estudiando hasta lograr realmente aprenderlo. Lo mismo pasa en materia de fe. Por una parte es difícil reconocer que no sabemos algo; y por otra, hay muchas cosas en nuestro presente inmediato que compiten por nuestro interés y solemos posponer la reflexión seria que supone la búsqueda de la verdad. Pero el problema puede ser más hondo que la simple falta de interés.

La superstición juega un papel importante. La superstición es fascinación por lo mágico. Es una forma simple de encontrar inmediatamente explicaciones y esperanzas sin tener que pensar en razones válidas para sustentarlas. El musulmán que escribe en el fondo de una tasa con tinta soluble un verso del Corán y que luego lo diluye en agua para tomárselo con el fin de alejar de si los malos espíritus o curarse un dolor de estómago ha optado por una creencia supersticiosa. Igual sucede con el cristiano que cierra los ojos, abre la Biblia y apunta con el índice en cualquier parte de la página con el fin de saber cuál es la voluntad de Dios para él en ese momento.

Hay ideas que nos vienen a la mente y que nos hacen sentir bien. En diciembre, la idea de una fábrica de juguetes en el polo Norte con duendes y un señor gordo vestido de rojo que el 24 surca los cielos en su carruaje tirado por venados para regalarle juguetes a los niños buenos se oye bonita y emocionante. Los niños emocionan y son felices con el cuento y muchos adultos lo siguen para no quitarles la emoción a los niños. Esto mismo puede pasar con muchas ideas religiosas. Nos hacen sentir bien y nos encariñamos con ellas. Luego se nos hace muy difícil dejarlas. Para encontrar la verdad hay que tener valor para cuestionar lo que creemos y renunciar a cualquier doctrina que no se pueda sustentar mediante una evidencia sólida. Creer una doctrina sin evidencias es como pretender dibujar el mapa de una ciudad que uno no conoce, encerrado en su cuarto, haciendo trazos con los ojos cerrados.

Por otra parte, evaluar la evidencia en pro o en contra de una doctrina tampoco es fácil. Hay que ser muy honesto. Las evidencias que acumulamos son los datos que nos permiten determinar la realidad de la doctrina. ¿Es verdadera o falsa? ¿Es de Dios o de los hombres? La realidad es lo que es, a pesar de lo que uno crea al respecto de ella. Sin embargo, comúnmente, como nos encariñamos con nuestras creencias, solemos solamente prestar atención a aquellos datos que confirman nuestra creencia, menospreciando los que la desmienten. Pero si queremos encontrar la verdad, debemos esforzarnos para ser imparciales a la hora de justipreciar las evidencias.

Lea Hechos 17:1-2. Para buscar la verdad, con frecuencia es necesario escuchar los argumentos de otros y articular los propios cuidadosamente. Argumentar no es pelear con insultos y arrogancia para defender la posición propia. Es buscar la evidencia que nos permita darle la razón a la verdad. Evadir el argumento es rechazar la ayuda que otros pueden ofrecernos en la búsqueda de la verdad. Desafortunadamente lo que a menudo sucede es una de dos cosas: o argumentamos irracionalmente con el fin de mantener a toda costa nuestra posición propia, o evadimos por completo el debate, encerrándonos inevitablemente en nuestras propias creencias, sean estas verdaderas o no.

Otro factor importante a tomar en cuenta es que todos somos falibles. Las mentes más brillantes han cometido errores en sus razonamientos y se han encontrado con los límites de sus propias conclusiones. Por miles de años personas muy brillantes pensaron que la tierra era plana. Los físicos más sobresalientes de la antigua Grecia no podían explicar el movimiento de los planetas alrededor del sol. Es claro, pues, que para buscar la verdad es necesario ser humildes. Ser humilde significa estar dispuestos a reconocer las fallas propias y a corregirlas de inmediato. El problema es que la humildad no es una virtud innata, espontánea y automática en los humanos. Hay que cultivarla.

Lea Juan 8:31-32. Para encontrar la verdad es necesario permanecer. Permanecer significa insistir en la búsqueda día con día. Es aprender permanentemente. Implica ocuparse en el estudio y la investigación. Una persona que no estudia ni es consistente suele cambiar fácilmente el significado de las escrituras. Lea 2 Pedro 3:15-16.

La tradición es otro factor que influye en la prevalencia de distintas creencias religiosas. La tradición es el resultado de prácticas, costumbres y creencias que se arraigan con el tiempo en una comunidad. Lea Mateo 15:1-9. Con frecuencia las tradiciones se convierten en verdades indiscutibles. Así por ejemplo, según una tradición musulmana, Mahoma fue llevado al cielo por el ángel Gabriel y allí Dios le dio instrucciones sobre cómo deberían los hombres adorarle. Alá exigió que hicieran rituales de oración 50 veces al día. Moisés, quién habita en el sexto cielo, le preguntó a Mahoma que le había dicho Alá. Cuando Mahoma le contó que había pedido rituales de oración 50 veces al día, Moisés le dijo que eso era una carga demasiado grande para los hombres y lo convenció de que regresara a Alá y negociará requisitos menos gravosos. Esto sucedió cinco veces, después de las cuales Alá accedió a que sólo se practicaran cinco rituales al día. Moisés pensó que eso todavía era mucha carga, pero a Mahoma le dio vergüenza volver a regatear con Alá. Igual que los musulmanes, los cristianos también han acumulado un gran número de tradiciones en las que muchos creen sin pensarlo dos veces. Tenemos, por ejemplo, las múltiples apariciones de santos y vírgenes, como es el caso de la aparición de la virgen de Guadalupe al indio Juan Diego.

Finalmente lea Romanos 1:18-23. según el apóstol Pablo el problema empieza con la injusticia y la impiedad que caracteriza la raza humana. No estamos contentos con la idea de un Dios soberano que dirija nuestra vida. Añoramos pensar y actuar independientemente. Nos emociona la idea de creer que sabemos cosas. No amamos a Dios lo suficiente como para dedicar nuestra mente y corazón a conocerle y a saber su voluntad con el fin de ponerla por obra. Por consiguiente, no debe extrañarnos que cada día aumente más el número de religiones, sectas, denominaciones y cultos religiosos por todo el mundo.

¿De donde, pues, surge toda esa diversidad? Estos son los factores que hemos mencionado en este artículo. La diversidad de creencias proviene de:

  1. La falta de amor y compromiso con la verdad.
  2. La facilidad con que muchos tercian por la superstición.
  3. El apego nuestros sentimientos agradables aunque procedan del error.
  4. La indisciplina a la hora de acumular y sopesar evidencias que sostengan o desmientan lo que creemos.
  5. Rehusar el buen diálogo.
  6. La falta de humildad.
  7. La falta de consistencia y estudio.
  8. Mantener prácticas y costumbres tradicionales de nuestras respectivas comunidades sin plantearnos ningún cuestionamiento.
  9. Rechazar la autoridad de Dios.
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