doctrinas (3)

¿Qué creen los musulmanes acerca de Dios?

Si vamos por ahí preguntándole a la gente que creen acerca de Dios, es claro que nos van a dar distintas respuestas. Unos nos dirán que definitivamente no creen en Dios. Estos son los ateos. Para ellos no hay ninguna posibilidad de relacionarse con Dios porque definitivamente están convencidos de que no puede existir nada o nadie que se asemeje a lo que los cristianos llamamos Dios. Otros nos dirán que no están seguros. Estos son los agnósticos. Ellos piensan que es imposible saber con ningún grado significativo de seguridad si Dios existe y por consiguiente no pueden intentar tener ninguna relación con él. 

Por otra parte, hay quienes piensan que Dios es algo así como la substancia única de la cual todas los cosas que nos rodean son simplemente manifestaciones diversas. Esta visión de Dios es común en los monismos orientales y en el pensamiento de la Nueva Era, que ha inspirado numerosos grupos, escritos, videos de auto ayuda y terapias holísticas. Para ellos la espiritualidad consiste en un sentido de unificación con todos los hombres y con el universo, no en una relación con un Dios personal externo a nosotros. Cuando al candidato a la presidencia en Estados Unidos, Barnie Sanders, unos cuantos días antes de las primarias en Carolina del Sur, le preguntaron acerca de su espiritualidad, él respondió con una versión secularizada de estos temas que su espiritualidad era básicamente la convicción de que «todos estamos en esto juntos».

Otras personas están convencidos de que tiene que existir un Ser Superior, Creador de todo lo que existe. Pero no han hecho ningún intento real de encontrarlo con certeza. Simplemente se lo imaginan a su manera y basan su relación con Él en su propia imagen mental. Hay también personas que saben mucho de Dios. Han sido enseñados por otros o han oído hablar mucho de él. Pueden decir muchas cosas ciertas sobre Dios. Pero en realidad no tienen una relación cercana y personal con Dios. Pueden hablar de quién es Dios, cuáles son sus atributos, que planes tiene y que aprueba o desaprueba; pero no pueden decir que lo conocen íntimamente. No han tenido encuentros vivenciales con Dios y su Palabra. Por último, hay quienes conocen a Dios personalmente. Basan su conocimiento en lo que Dios ha dicho acerca de Él mismo, lo que han aprendido de Él mediante sus propias experiencias personales, y lo que otros, que también han oído la Palabra de Dios, dicen o han dicho de Él.

Podríamos decir que los musulmanes pertenecen a la penúltima categoría. Ellos pueden afirmar muchas cosas ciertas sobre Dios. Su concepto es mucho más cercano al cristianismo que las ideas hindúes, budistas o incluso mormonas. Los musulmanes creen que Dios es absolutamente soberano, majestuoso sobre todas las cosas. Ellos afirman que podemos ver su gloria en en toda la creación. Debemos acatar sus juicios y decretos, y nuestra historia terminará con un juicio divino que separará a quienes serán eternamente bendecidos de quienes serán eternamente condenados. Ellos saben que Dios es infinitamente poderoso, sabio y generoso. Él es eterno, el principio y el fin. No necesita de nada ni de nadie, y está fuera del tiempo y el espacio que marcan nuestro universo.

El Dios del Corán, el libro sagrado del Islam, creó a Adán y Eva. Escogió a Abraham para bendecirlo, dio leyes detalladas a su pueblo y levantó profetas como Moisés, David y Jesús. En muchos aspectos Alá se asemeja al Dios de la Biblia. Esto no es sorprendente, puesto que mucho de lo que enseñó Mohamed sobre Dios lo aprendió de conversaciones con gente, amigos y familiares judíos y cristianos, y de la lectura de documentos y tradiciones que circulaban en el siglo séptimo en Arabia. Sin embargo, hay diferencias notables entre el concepto cristiano de Dios y el del Islam.

La palabra Alá, es un término hebreo que se traduce simplemente Dios. Consiste de dos palabras, Al-Ilah, que equivalen a «La Deidad». Sin embargo, para los musulmanes «Alá» es un término exclusivo que puede aplicarse únicamente al único Dios que existe. Es algo así como el nombre hebreo «Yahveh». No es simplemente Dios, con referencia a la deidad. Pero las diferencias no terminan aquí. 

Alá en el Islam es un ser totalmente trascendente, al punto de que es totalmente inaccesible a los humanos. El Corán es un libro que declara la voluntad de Dios y sus planes para la creación, más no una revelación de Dios mismo. Podemos hablar de lo que Dios ha hecho y de sus atributos, pero cualquier idea humana acerca de Dios es inadecuada y distorsionada. Si decimos que Dios es bondadoso, no podemos asociar esa bondad con nada que nosotros sepamos aquí o hayamos experimentado. La naturaleza de Dios está totalmente fuera del alcance de nuestra mente finita.

Los cristianos también reconocemos que Dios en su plenitud está totalmente fuera de nuestra mente finita. Acercarnos a Dios es ponernos frente al misterio, grande y glorioso, que nos deja perplejos. Pero aún así, podemos tener un conocimiento real e íntimo de nuestro Creador. Esto es así, porque por su propio amor, Dios ha querido dársenos a conocer en maneras que nosotros podemos entender. Dios, por así decirlo, ha condescendido a nuestra condición de criaturas y de pecadores, precísamente para que fuera posible que nosotros pudiéramos conocerlo a efectivamente. Él busca una relación con nosotros. 

El deseo que Dios tiene de acercarse a nosotros y de que lo conozcamos personalmente es evidente especialmente en la venida de Jesús. La Biblia enseña que en Él está presente la plenitud de la deidad (Colosenses 2:9) y que por medio de él, Dios, quien es por naturaleza inaccesible a la percepción humana, se ha dado a conocer al mundo (Juan 1:18). Es cierto que no podemos conocer a Dios de una manera exhaustiva, pero sí podemos saber con certeza las cosas que él quiere revelarnos. Jesús, en palabras y carne humanas nos ha revelado que Dios nos ama con un amor profundamente paternal (Juan 17:26, 1 Juan 4:7-15).

En el Islam, Alá realmente no busca mantener una relación con nosotros basada en el amor. Él solo exige obediencia y por eso nos da a conocer sus leyes y demandas. Lo más que podemos aspirar es a ser siervos fieles, obedientes y sumisos. De hecho, la palabra Islam en árabe connota sumisión, especialmente en el contexto de la religión. En la Biblia Dios no busca siervos obedientes. Más que eso el quiere amigos (Juan 15:9-15) y, más que amigos, busca hijos (Juan 1:12-13, 1 Juan 3:1-3, Efesios 1:5).

Según algunas tradiciones islámicas Dios ha enviado 124.000 profetas con un mismo mensaje. Hay que rendirse y obedecer a Alá. El destino final de cada mortal depende totalmente de si obedece o desobedece a la voluntad de Alá. Pero según la Biblia, Dios no sólo quiere obediencia por sí sola. El busca transformar nuestra vida desde nuestro interior mediante la influencia de su Espíritu que mora en aquellos que han abrazado la posibilidad de ser hijos de Dios, creyendo en el Unigénito de Dios, Cristo Jesús (Gálatas 4:6-7, Romanos 8:9, Juan 1:14).  

El Dios del Corán es un Dios unitario. Es un soberano único y solitario sobre todo lo que existe. El amor no forma parte de la esencia de Dios, puesto que no existe amor sin que haya alguien a quien amar. Antes de la creación Dios existía en total soledad, sin amar, y en el presente Dios ama a los que cumplen sus leyes únicamente porque son siervos sumisos. Su amor es sólo una recompensa para los que le obedecen. Los humanos deben amar a Dios y seguir sus ordenes según las enseñanzas de Mahoma para que Dios los ame, porque Dios no ama a los que rechazan la fe mahometana. Sin embargo, el amor entre el musulman fiel y Dios es adoración, veneración y gratitud de lejos, nunca una relación íntima y confiada, como la del niño con su papá querido.

La cualidad más distintiva de Alá es su poder. Para los musulmanes él decide determinantemente todo lo que acontece en su creación. Nada puede alterar sus designios absolutos. No hay espacio para ninguna contingencia, y menos para que nadie corresponda libremente al amor de Dios. Dios no actúa por amor, sino por el deseo, podríamos decir caprichoso, de su voluntad.

La siguiente cita del Hadith ilustra este pensamiento. (El Hadith son colecciones que presuntamente vierten palabra por palabra lo que el profeta Mahoma dijo sobre diversos asuntos).

“Cuando Dios decidió crear la raza humana, tomó en sus manos barro, del cual fueron formados todos los humanos, y el cual de igual manera preexistieron. Habiendo divido el barro en dos porciones iguales tiró la mitad al infierno diciendo: «Estos al fuego eterno. No me interesa». Y mandó la otra mitad al cielo, añadiendo: «Estos al paraíso. No me interesa»” (Kisasul-Anbiya 21)

En marcado contraste con esta enseñanza, el Dios bíblico ofreció la vida de su Hijo en rescate por todos, porque El quiere que todos sean salvos (1 Timoteo 2:5-6). El mostró  la inmensidad y la intensidad de su amor para con nosotros en que siendo pecadores, rebeldes e infieles, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:6-8).

El Dios de la Biblia es único. No hay otro fuera de él. Sin embargo, por la eternidad él ha existido en una maravillosa unidad relacional. Por siempre Dios ha existido en el gozo del amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su creación es una manifestación de ese amor eterno que busca compartir su gozo y que a pesar de nuestra oposición y rebeldía busca nuestra reconciliación y unificación eterna en él (Juan 17:22). 

El concepto que los musulmanes tienen de Dios es el resultado de la apreciación incompleta e inexacta que presenta el Corán. El Corán es el texto sagrado del Islam. La palabra significa «recitación» y es supuestamente la relación en árabe, palabra por palabra, de lo que Dios le reveló a Mahoma por medio del ángel Grabriel durante un periodo de 22 años. El Corán usa, resume, amplía y modifica varias narrativas bíblicas y refleja el conocimiento que el «profeta» tenía de la religión judía y cristiana de su época. Los cristianos creemos que para tener una idea más clara y acertada de Dios, tenemos que estudiar la Biblia.

 

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OTROS CAMBIOS SIGNIFICATIVOS

La iglesia es una entidad muy especial. La Biblia enseña que fue preparada y planeada por Dios antes de la fundación del mundo (1). Su fundador es Cristo mismo (2) y su constructor es el Espíritu de Dios (3). Sin embargo, los obreros que trabajamos en ella y colaboramos con el Espíritu Santo en su construcción somos humanos. Por consiguiente, la iglesia es a la vez el resultado de una obra tanto divina como humana. Al edificar la iglesia, Dios no anula nuestra humanidad ni nuestra libertad. Al contrario, en la iglesia somos llamados a potenciar nuestra humanidad, tal y como fue diseñada por Dios en su creación original. Esto implica dos cosas muy importantes para nosotros a la hora de evaluar los cambios ocurridos en el cristianismo a lo largo de los siglos: En primer lugar, la iglesia vive su llamamiento en contextos socioculturales específicos. En segundo lugar, cada uno de los creyentes que componemos la iglesia estamos constantemente expuestos a cometer equivocaciones y errores. Detengámonos unos momentos en la primera implicación.

Para ser pertinente, la Iglesia debe, como lo hizo el Maestro, proclamar y ser mensaje de Dios en el devenir diario de los distintos pueblos y localidades donde le corresponde vivir. Así, cuando leemos el Nuevo Testamento, nos encontramos con muchas prácticas, costumbres y términos que fueron parte de las sociedades y culturas en las que se desarrolló el cristianismo primitivo. Algunas de ellas son por ejemplo, la forma de saludar (4), la institución de la esclavitud (5), la tensión entre creyentes judíos y gentiles (6), los medios de transporte (7), la forma de demostrar una actitud de servicio (8), el significado convencional de ciertos cortes de cabello (9), y varias otras cosas más. Los cristianos del primer siglo pudieron ser sal en sus culturas porque supieron vivir y predicar su fe permaneciendo inmersos en sus respectivos mundos sin dejarse arrastrar por la corriente y sin convertirse ellos mismos en un grupo más del montón.

Las costumbres, los idiomas, los medios de comunicación, las instituciones y todas las demás expresiones culturales que caracterizan nuestra actividad humana cambian de una era a otra. Por consiguiente, el reto para la iglesia en cada época es estar en el mundo sin ser del mundo (10). Es decir, oír la voz de Dios y ponerse en marcha desde su propio lugar sociocultural. Únicamente así podemos ser una iglesia misionera, signo de esperanza y transformación. Pero, claro, esto implica el ejercicio de nuestro juicio humano.

Aún en el primer siglo, con la memoria fresca de los eventos y enseñanzas de Jesús y mientras el Espíritu Santo estaba revelando directamente la Palabra de Dios, podemos ver lo difícil que es este reto para la iglesia. El primer paso intercultural que tuvo que dar la iglesia tuvo que ver con la súbita acogida del Evangelio por parte de judíos extranjeros. La Iglesia nació en Jerusalén, en el contexto de una comunidad predominantemente Palestina. ¿Como había que vivir la fe en convivencia con un gran número de judíos con raíces griegas? El relato que leemos en Hechos 6:1-7 nos muestra claramente cómo el factor humano interfiere con el cumplimiento cabal de la voluntad de Dios. Más tarde la Iglesia tiene que dar otro importante paso intercultural. ¿Qué hacer con extranjeros simpatizantes del judaísmo, pero no convertidos todavía? ¿Se podía aceptarlos la iglesia sin necesidad de hacerlos primero judíos? En Hechos 10 y 11 leemos que ni aún para el apóstol Pedro éste fue un paso fácil. De hecho, a partir de ahí y a medida que el Evangelio se extendió por pueblos y ciudades cuya población era predominantemente gentil, surgieron múltiples cuestiones que los primeros cristianos tuvieron que discutir.

Desde el principio, pues, es claro que la fe se vive avanzando, a pesar de la vacilación inherente a nuestra condición humana. Si tuviéramos que representar en un esquema ese avance vacilante de la fe a través de los siglos, dibujaríamos una línea horizontal oscilante en la cual la subidas y bajadas representan nuestras incertidumbres y equivocaciones al avanzar por el derrotero que nos marca la palabra histórica de Dios, "la fe una vez dada a los santos". Se vale tener dudas e incluso equivocarnos, siempre y cuando avancemos en la dirección correcta. El problema es apostatar, desviarse de dirección. Este ha sido un peligro grave, también desde el principio (11). Veamos algunos ejemplos a continuación.

Aproximadamente a partir del año 200 d.C, en varias iglesias los cristianos empezaron a conmemorar la fecha del fallecimiento de los mártires y a hacer donaciones en su nombre. Gradualmente los obispos les dieron a estas celebraciones un carácter oficial. Éstos actos conmemorativos fueron tomando la forma de una veneración especial por aquellos que habían dado su vida por causa de Cristo. Posteriormente, a la lista de mártires se añadieron otros cristianos cuya piedad se consideraba sobresaliente. Así, pese a que en el Nuevo Testamento todos los creyentes son considerados santos, la palabra Santo se limitó únicamente a esta lista de personas especiales. En el año 1170 d. C. el papa Alejandro III afirmó que a nadie podía venerársele como santo sin la aprobación oficial de la Iglesia Católica Romana. Actualmente la Iglesia Católica solamente autoriza venerar como santos a aquellos que han sido oficialmente canonizados por el papa. Además, la veneración a los santos incluye el uso de imágenes, frente a las cuales los creyentes se arrodillan, piden de milagros, encienden velas y practican otras formas de adoración, mezclando enseñanzas cristianas con prácticas y festividades paganas.

En el año 253 d.C, Novaciano, recluido en una cama por causa de su enfermedad, fue bautizado rociándole agua sobre todo su cuerpo. Al principio a esto se le llamaba "bautismo clínico" y estaba reservado solamente para enfermos que no podían levantarse de su cama, aunque muchos dudaban de su validez. Eventualmente, después de mucha controversia, también se fue adoptando práctica de bautizar bebés, especialmente después de que Agustín (354-430 d. C.) propusiera en el que siglo cuarto la idea del pecado original. Sin embargo fue hasta el año 1311 d. C., en el concilio de Ravenna, que se decretó oficialmente que el bautismo por rociamiento era igual al bautismo por inmersión. En la actualidad la práctica general de la iglesia católica es el bautismo de infantes por rociamiento, aunque algunos templos católicos modernos están construyendo pilas, para bautizar a aquellas personas que prefieran hacerlo por inversión. De igual manera, el catolicismo oficial se está alejando de la idea del limbo como el lugar donde van a parar los niños que mueren sin ser bautizados.

Veamos a continuación otros cambios significativos. Bajo la dirección del Espíritu Santo, los cristianos del primer siglo se apartaron sustancialmente de ritos y ceremonias elaboradas y se concentraron en una adoración espiritual, sencilla y práctica centrada en la Palabra de Dios. Pero a partir del 250 d. C. el deseo de más rituales dio pie a que surgiera una clase sacerdotal separada del resto de la iglesia, pese a que en el Nuevo Testamento todos los cristianos son considerados un "sacerdocio real".(12) Del mismo modo, por ahí a partir del año 350 d. C. las reuniones de adoración empezaron a llamarse "misa", debido a la frase en latín "Ite, missa est", que se usaba para despedir la asamblea antes o después de la cena del Señor. La frase literalmente significa: "Váyanse, esta es la despedida." En la actualidad, la Iglesia Católica considera que durante la misa, el sacerdote renueva el sacrificio de Cristo en la cruz convirtiendo el pan y el vino literalmente en el cuerpo y la sangre de Jesús. A esta doctrina se le conoce como "transubstanciación" y no fue generalmente aceptada en la iglesia hasta después del año 800 d. C.

En el año 1704 d.C se le prohibió determinantemente a los sacerdotes que se casaran. Pero, puesto que hubo tanta resistencia, la práctica del celibato no se forzó con rigidez hasta después del año 1123 d. C. En el año 1564 d. C. El papa Pío IV decretó que solamente la Iglesia Católica tenía el derecho de interpretar las Escrituras. Los creyentes no deberían tener acceso individual y directo a la Palabra de Dios. En 1870, en el concilio Vaticano, se decretó el dogma de la "infalibilidad del papa". Según esta doctrina, cuando el papa habla oficialmente sobre asuntos de fe y moral está exento de cometer cualquier error. El 1 de noviembre de 1950 el papa Pío XII decretó del dogma de la Asunción de María, Según el cual, después de cumplida su misión en la tierra, María fue recibida en el cielo en cuerpo y alma.

Éstos y muchos otros dogmas y prácticas señalan un rumbo diferente al que marcó Jesús al establecer su iglesia en el primer siglo. En vez de una iglesia orientada por la palabra histórica de Dios, surgió una iglesia dirigida por las leyes y los decretos de los concilios y de los papas. En vez de una iglesia espiritual, despegada del mundo y retadora del paganismo, se fue formando una iglesia materialista, sincretista y apegada a lo ritual y a lo mágico. En vez de ser una iglesia que avanza contracorriente, aparece una iglesia que se acomoda al mundo y se confabula con los poderosos. No sigue la estrella que conduce a la sencillez del pesebre, signo inconfundible del nuevo pueblo de Dios, sino que se empeña en seguir la ruta equivocada de los grandes de la tierra que, siguiendo el consejo satánico, buscan a cualquier costo alcanzar la gloria de los astros.

El camino de Jesús jamás ha sido ancho, fácil o espacioso. Si queremos andar por él, tenemos que mantener puesta la mirada en la dirección hacia la que apuntan los eventos, las doctrinas y las prácticas del Nuevo Testamento. No basta con hacer una lectura superficial y legalista de sus documentos buscando repetir ciertas formas o credos aislados y creyendo haber restaurado con ello el cristianismo primitivo. Tampoco es suficiente una fe subjetiva y sin contenido incapaz de ofrecernos una guía real. Dios actuó y hablo en el primer siglo y con sus hechos y palabras dio comienzo a una nueva era, en cuyo desarrollo nosotros, en la alborada del siglo XXI, somos llamados a participar. No pretendemos tener todas las respuestas. Sabemos que erramos con frecuencia, pero puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, navegamos hacia la consumación final de la voluntad de Dios.

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(1) Efesios 1:4
(2) Mateo 16:18
(3) 1 Corintios 12:11
(4) Romanos 16:16
(5) 1 Corintios 7:21-22
(6) Gálatas 3:28
(7) Hechos 27:2
(8) Juan 13:1-20
(9) 1 Corintios 11:2-16
(10) Juan 17:15-16
(11) 1 Timoteo 1:19-20, 4:1-4
(12) 1 Pedro 2:9

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¿Porque tantas doctrinas diversas?

En el artículo pasado veíamos que la doctrina cristiana es el conjunto de enseñanzas que recibimos de Dios. Si Dios ha enseñado y si tenemos acceso a sus enseñanzas por medio de los escritos bíblicos, ¿por qué tan diversas religiones en el mundo y tantas iglesias cristianas diferentes? ¿Es que la doctrina de Dios es muy difícil, o que en materia de religión hay que conformarse con los gustos, preferencias y opiniones de cada quien? Este parece ser el punto de vista de muchas personas en nuestros días. De hecho hay incluso un creciente número de creyentes para quienes la doctrina es algo completamente secundario. Muchos prefieren no hablar de temas doctrinales porque suponen que las creencias religiosas no son nada más que puntos de vista muy personales de cada quien. ¿Pero realmente la fe pertenece el plano de las opiniones o es que los humanos somos propensos a errar? Lo cierto es que pensar con juicio y buscar con acierto la verdad no son tareas fáciles y hay varios factores que interfieren con nuestra búsqueda.

Lea 2 Tesalonicenses 2:10. ¿Cuál es aquí un factor clave para no caer en el error? El amor a la verdad. Para aprender hay que querer aprender. Hay que aceptar que uno no sabe y estar dispuesto a renunciar a la ignorancia. Con frecuencia nos entusiasmamos con la idea de aprender algo nuevo, un idioma por ejemplo, pero no tenemos suficiente interés para continuar estudiando hasta lograr realmente aprenderlo. Lo mismo pasa en materia de fe. Por una parte es difícil reconocer que no sabemos algo; y por otra, hay muchas cosas en nuestro presente inmediato que compiten por nuestro interés y solemos posponer la reflexión seria que supone la búsqueda de la verdad. Pero el problema puede ser más hondo que la simple falta de interés.

La superstición juega un papel importante. La superstición es fascinación por lo mágico. Es una forma simple de encontrar inmediatamente explicaciones y esperanzas sin tener que pensar en razones válidas para sustentarlas. El musulmán que escribe en el fondo de una tasa con tinta soluble un verso del Corán y que luego lo diluye en agua para tomárselo con el fin de alejar de si los malos espíritus o curarse un dolor de estómago ha optado por una creencia supersticiosa. Igual sucede con el cristiano que cierra los ojos, abre la Biblia y apunta con el índice en cualquier parte de la página con el fin de saber cuál es la voluntad de Dios para él en ese momento.

Hay ideas que nos vienen a la mente y que nos hacen sentir bien. En diciembre, la idea de una fábrica de juguetes en el polo Norte con duendes y un señor gordo vestido de rojo que el 24 surca los cielos en su carruaje tirado por venados para regalarle juguetes a los niños buenos se oye bonita y emocionante. Los niños emocionan y son felices con el cuento y muchos adultos lo siguen para no quitarles la emoción a los niños. Esto mismo puede pasar con muchas ideas religiosas. Nos hacen sentir bien y nos encariñamos con ellas. Luego se nos hace muy difícil dejarlas. Para encontrar la verdad hay que tener valor para cuestionar lo que creemos y renunciar a cualquier doctrina que no se pueda sustentar mediante una evidencia sólida. Creer una doctrina sin evidencias es como pretender dibujar el mapa de una ciudad que uno no conoce, encerrado en su cuarto, haciendo trazos con los ojos cerrados.

Por otra parte, evaluar la evidencia en pro o en contra de una doctrina tampoco es fácil. Hay que ser muy honesto. Las evidencias que acumulamos son los datos que nos permiten determinar la realidad de la doctrina. ¿Es verdadera o falsa? ¿Es de Dios o de los hombres? La realidad es lo que es, a pesar de lo que uno crea al respecto de ella. Sin embargo, comúnmente, como nos encariñamos con nuestras creencias, solemos solamente prestar atención a aquellos datos que confirman nuestra creencia, menospreciando los que la desmienten. Pero si queremos encontrar la verdad, debemos esforzarnos para ser imparciales a la hora de justipreciar las evidencias.

Lea Hechos 17:1-2. Para buscar la verdad, con frecuencia es necesario escuchar los argumentos de otros y articular los propios cuidadosamente. Argumentar no es pelear con insultos y arrogancia para defender la posición propia. Es buscar la evidencia que nos permita darle la razón a la verdad. Evadir el argumento es rechazar la ayuda que otros pueden ofrecernos en la búsqueda de la verdad. Desafortunadamente lo que a menudo sucede es una de dos cosas: o argumentamos irracionalmente con el fin de mantener a toda costa nuestra posición propia, o evadimos por completo el debate, encerrándonos inevitablemente en nuestras propias creencias, sean estas verdaderas o no.

Otro factor importante a tomar en cuenta es que todos somos falibles. Las mentes más brillantes han cometido errores en sus razonamientos y se han encontrado con los límites de sus propias conclusiones. Por miles de años personas muy brillantes pensaron que la tierra era plana. Los físicos más sobresalientes de la antigua Grecia no podían explicar el movimiento de los planetas alrededor del sol. Es claro, pues, que para buscar la verdad es necesario ser humildes. Ser humilde significa estar dispuestos a reconocer las fallas propias y a corregirlas de inmediato. El problema es que la humildad no es una virtud innata, espontánea y automática en los humanos. Hay que cultivarla.

Lea Juan 8:31-32. Para encontrar la verdad es necesario permanecer. Permanecer significa insistir en la búsqueda día con día. Es aprender permanentemente. Implica ocuparse en el estudio y la investigación. Una persona que no estudia ni es consistente suele cambiar fácilmente el significado de las escrituras. Lea 2 Pedro 3:15-16.

La tradición es otro factor que influye en la prevalencia de distintas creencias religiosas. La tradición es el resultado de prácticas, costumbres y creencias que se arraigan con el tiempo en una comunidad. Lea Mateo 15:1-9. Con frecuencia las tradiciones se convierten en verdades indiscutibles. Así por ejemplo, según una tradición musulmana, Mahoma fue llevado al cielo por el ángel Gabriel y allí Dios le dio instrucciones sobre cómo deberían los hombres adorarle. Alá exigió que hicieran rituales de oración 50 veces al día. Moisés, quién habita en el sexto cielo, le preguntó a Mahoma que le había dicho Alá. Cuando Mahoma le contó que había pedido rituales de oración 50 veces al día, Moisés le dijo que eso era una carga demasiado grande para los hombres y lo convenció de que regresara a Alá y negociará requisitos menos gravosos. Esto sucedió cinco veces, después de las cuales Alá accedió a que sólo se practicaran cinco rituales al día. Moisés pensó que eso todavía era mucha carga, pero a Mahoma le dio vergüenza volver a regatear con Alá. Igual que los musulmanes, los cristianos también han acumulado un gran número de tradiciones en las que muchos creen sin pensarlo dos veces. Tenemos, por ejemplo, las múltiples apariciones de santos y vírgenes, como es el caso de la aparición de la virgen de Guadalupe al indio Juan Diego.

Finalmente lea Romanos 1:18-23. según el apóstol Pablo el problema empieza con la injusticia y la impiedad que caracteriza la raza humana. No estamos contentos con la idea de un Dios soberano que dirija nuestra vida. Añoramos pensar y actuar independientemente. Nos emociona la idea de creer que sabemos cosas. No amamos a Dios lo suficiente como para dedicar nuestra mente y corazón a conocerle y a saber su voluntad con el fin de ponerla por obra. Por consiguiente, no debe extrañarnos que cada día aumente más el número de religiones, sectas, denominaciones y cultos religiosos por todo el mundo.

¿De donde, pues, surge toda esa diversidad? Estos son los factores que hemos mencionado en este artículo. La diversidad de creencias proviene de:

  1. La falta de amor y compromiso con la verdad.
  2. La facilidad con que muchos tercian por la superstición.
  3. El apego nuestros sentimientos agradables aunque procedan del error.
  4. La indisciplina a la hora de acumular y sopesar evidencias que sostengan o desmientan lo que creemos.
  5. Rehusar el buen diálogo.
  6. La falta de humildad.
  7. La falta de consistencia y estudio.
  8. Mantener prácticas y costumbres tradicionales de nuestras respectivas comunidades sin plantearnos ningún cuestionamiento.
  9. Rechazar la autoridad de Dios.
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