Teología (13)

El Espíritu Santo

Para la gran mayoría de cristianos hablar de Dios es hablar del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Pero esta idea tuvo su origen en épocas mucho más antiguas que el cristianismo. Dios empezó a dar a conocer la pluralidad de su ser desde el principio. De hecho, la palabra hebrea «elohím», que traducimos por Dios en español, es un plural. Además, sorprendentemente, al referirse a la creación del primer hombre, Dios uso también formas plurales para referirse a su intención. Él dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y nuestra semejanza» (Génesis 1:26). Por otra parte, el Espíritu Santo aparece desde la primera página de la Biblia inmediatamente después de que el Génesis nos dice que Dios creó en el principio los cielos y la tierra. 

La simbología de estos versos es muy rica. En primer lugar, fijémonos que del verso uno al verso dos el foco de atención cambia súbitamente. De la creación del cosmos pasamos inmediatamente a la tierra. De aquí en adelante la tierra es el centro de interés. El Génesis no es un tratado de cosmogonía, ni el capítulo uno de dicho libro pretende explicar científicamente los orígenes del universo. Lo que el escritor del Génesis está haciendo en el primer capítulo de su libro es ofreciéndonos una visión panorámica del entorno en el cual se desarrollará la historia que nos va a contar a continuación. 

El verso dos empieza diciendo que la tierra estaba desordenada, sin forma, vacía e inhóspita. El espacio estaba sumido en una oscuridad total. Pero el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. 

La palabra espíritu es el término "ruaj" (ר֫וּחַ) en hebreo. Literalmente la palabra significa viento. Lo mismo sucede en el Nuevo Testamento. Ahí el término es “pneuma" (πνεῦμα), que también en griego significa viento.

No es que el Espíritu Santo sea viento, claro está. Tanto "ruaj" como “pneuma", son signos que evocan el dinamismo y el poder  que observamos en el viento. El viento sopla suavemente o con fuerza. No lo vemos, pero vemos y sentimos sus efectos. Así sucede con el Espíritu Santo. Por otra parte también el aire y la vida son inseparables. Mientras respiramos estamos vivos. Sin el aliento que circula por nuestra nariz estamos muertos. Así, en Génesis 2:7 leemos que Dios formó al primer hombre del polvo seco de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y el hombre llegó a ser un ser viviente.

Génesis 2:1 dice que el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Otras versiones traducen: "El Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas." La razón de esta traducción es que el verbo “rajaf" (רָחַף) denota un movimiento con interés, emoción o expectativa. Esta misma palabra la encontramos en Deuteronomio 32:11, donde leemos: "Como águila que revolotea sobre su nido y anima a sus pequeños a volar, así él abrió sus alas, lo agarró y lo cargó en sus plumas." Por supuesto, esto no quiere decir que el Espíritu Santo sea un pájaro. "Rajaf", en nuestro verso del Génesis, evoca la  expectativa emocionada y la actividad del Espíritu Santo sobre las aguas donde habría de gestar la vida, la cual posteriormente transformaría en una maravillosa variedad de plantas y animales y finalmente en un hombre y una mujer, seres inteligentes creados para ser imagen y semejanza de Dios.

En Génesis 1:3 leemos que Dios dijo: «Que haya luz», y brilló la luz en la tierra, desplazando la oscuridad. La luz en la Biblia es un concepto que se relaciona con la presencia iluminadora y reveladora de Dios. Donde está Dios hay luz y descubrimiento. En Éxodo 3, Dios se le manifestó a Moisés desde un arbusto ardiendo en llamas. El fuego era el símbolo del gran descubrimiento y conocimiento penetrante y verdadero que Moisés habría de tener respecto de Dios y sus propósitos. Además el fuego también representaba la santidad exclusiva de Dios.

Así pues, desde la primera página de la Biblia ya encontramos a Dios, la Palabra y el Espíritu, fuente de vida y luz.  Además, según el Génesis y el resto del relato bíblico, desde el principio de todo el Espíritu Santo "revolotea" con interés en la tierra animando nuestra historia con miras a un reposo armónico y final. El primer relato de la creación culmina con las siguientes palabras en Génesis 2:2-3:

«Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación.»

La actividad vivificante del Espíritu Santo, por supuesto, no se limita únicamente al principio de la creación. En la Biblia toda la vida en el planeta depende constantemente de la presencia y obra del Espíritu de Dios. Así En el Salmo 104:24 leemos: "SEÑOR, ¡qué numerosas son tus obras, todas ellas nos muestran tu sabiduría! La tierra está llena de tus criaturas." Más adelante en los versos 27 al 30 dice: "Todos ellos dependen de ti;  tú les das su alimento en el momento adecuado. Tú les das y ellos recogen; abres tus manos y comen hasta quedar satisfechos. Cuando te alejas de ellos, se asustan; si les quitas el aliento, mueren y se vuelven polvo de nuevo. Pero cuando tú envías tu Espíritu, ellos recobran su salud y así haces que la faz de la tierra se renueve." Pero el aliento en los seres vivos no es el Espíritu, sino un signo que evoca y nos recuerda su intervención providencial.

Los «Testigos de Jehová» afirman que el Espíritu de Dios no es una persona sino «la fuerza activa de Dios». Sin embargo, los siguientes versos atribuyen al Espíritu Santo acciones, intenciones y propósitos personales.

Lucas 12:12, 1 Corintios 2:10-13 - El Espíritu Santo enseña.

Romanos 15:30 - El Espíritu Santo ama.

Efesios 4:30 - El Espíritu Santo se entristece.

Apocalipsis 2:7 - El Espíritu Santo habla.

Juan 15:26 - El Espíritu Santo testifica.

Juan 16:13, Romanos 8:14 - El Espíritu Santo guía.

Hechos 13:2-4 - El Espíritu Santo envía.

Hechos 20:28 - El Espíritu Santo nombra.

Juan 14:26 - El Espíritu Santo consuela.

Romanos 8:26 - El Espíritu Santo ayuda e intercede

1 Corintios 12:11 - El Espíritu Santo decide y reparte

1 Corintios 2:10 - El Espíritu Santo examina

Es claro, pues, que el Espíritu Santo es un ser personal. Además los escritores bíblicos le atribuyen deidad. Considere los siguientes versos:

2 Corintios 3:17

«Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.»

Hechos 5:3-4

«Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo... No has mentido a los hombres, sino a Dios.»

1 Corintios 3:16

«¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?»

Romanos 8:9-11

«Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él... Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.»

De modo pues que, según la Biblia, el Espíritu Santo tiene atributos personales y divinos y es uno con el Padre y el Hijo. Las palabras e imágenes que usa la Escritura para referirse a él son signos que nos ayudan a aproximarnos a su presencia y su obra. Reducir el Espíritu a una fuerza implica ignorar muchos testimonios bíblicos. Por otra parte, queda otra pregunta que resolver. ¿Podemos esperar en nuestro días las mismas manifestaciones milagrosas que ocurrieron por obra del Espíritu en los tiempos de la Biblia? Este será el tema de nuestro próximo estudio.

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Empecemos este artículo haciéndonos seriamente una pregunta. ¿Conducen todas las doctrinas religiosas a un mismo Dios?  Alguien podría pensar: ¡Qué importa lo que uno crea acerca de Dios! De todos modos nadie puede conocer a Dios exhaustivamente. Para algunos hablar de quién es Dios puede parecer un ejercicio especulativo sin fundamento alguno. Sin embargo, los cristianos partimos de la fe en que Dios existe y ama. Si en realidad existe un Dios que nos ama, es natural que quiera comunicarse con nosotros y que busque dársenos a conocer. La segunda pregunta, por supuesto, es ¿cómo se nos da a conocer Dios? La respuesta es que primordialmente Dios se nos revela por medio de Las Escrituras Sagradas. La Biblia es el lugar de encuentro entre Dios inefable y el hombre que busca acercarse a Dios desde su lengua y cultura. En el lenguaje bíblico se empalman la mente infinita del Creador y la mente finita de la criatura. En Las Escrituras nos encontramos con experiencias originarias de Dios, quien se da a conocer, aunque limitadamente, de maneras accesibles a nosotros. Así, pues, para conocer a Dios con verdad, tenemos que partir de La Biblia.

Para los cristianos, La Biblia consiste de dos partes. En la primera, encontramos una historia en la que Dios se hace presente en medio de las esperanzas y tensiones de su pueblo hasta que llega Cristo. En la segunda, leemos acerca de las buenas noticias de la venida de Cristo y sus implicaciones para la humanidad. A partir de este hecho, tenemos que preguntarnos: ¿Qué significa Jesús para nuestra comprensión de quién es Dios? En el contexto de la narrativa bíblica, Dios que es trascendente se une con la humanidad por medio de Jesús. La venida de Jesús es determinante para conocer a Dios y seguir sus propósitos.

El término Dios en la Biblia es algo ambiguo. Por una parte, puede referirse a Dios, Padre de Jesucristo y por otra a Dios, en cuanto Padre, Hijo y Espíritu Santo. A Dios también la Biblia lo llama Señor o Rey, Todopoderoso o Altísimo. En Jesús la gloria de Dios asume la humillación y la pequeñez. El Rey nace en un pesebre, cabalga en un asno y muere paradójicamente habiendo sido coronado con espinas, y con un título sobre su cabeza que dice: «Este es el rey de los judíos». El Pastor, se vuelve cordero y en una visión de la realidad última únicamente el cordero inmolado es digno de acercarse al trono de Dios. Estas no son fotografías de Dios. Dios no es un padre ni un rey en el sentido literal de las palabras. Estas palabras e imágenes son mas bien señales que dirigen nuestros pensamientos hacia Dios.

El Dios de la Biblia nos repite con actos y palabras que nos ama. Su amor no es circunstancial ni está condicionado a nuestras respuestas. Amor es simplemente lo que Dios es (1 Juan 4:7). Dios nos ama como un padre a su hijo (Hoseas 11:1-4) o como una madre a sus críos (Isaías 49:15; 66:13). El Dios de la Biblia es único. Puede haber mucha gente que imagine y adore muchos dioses, pero en realidad solo existe un Dios (Isaías 43:10-11) que creó todas las cosas, y nos creó a usted y a mí, como una expresión de su amor, el cual es antes del tiempo. De igual manera, Dios es el único que nos salva por su amor inmenso, eterno e infinito. 

En la narrativa bíblica, los que fueron testigos de la vida de Jesús presenciaron un acontecimiento extraordinario. Dios se reveló en forma humana. El Creador y Redentor encarnó en nuestro tiempo y espacio el amor eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Desde esa condición humana, sometiéndose voluntariamente a las fuerzas contradictorias que siembran muerte en la creación, Dios demostró su proyecto de salvación. Absorbió la muerte en la vida y unificó a la criatura con el Creador para satisfacer el amor del Padre. Murió injustamente sacrificado, pero resucitó en gloria al tercer día. La garantía de que ese asombroso suceso de la resurrección fue el primer fruto del propósito último de Dios, el cual es la unificación del cosmos bajo la influencia de Cristo (Efesios 1:10), es el Espíritu Santo (Romanos 8:11). 

Los escritores del Nuevo Testamento recogieron esas experiencias y nos las transmitieron sin elaboración dogmática. Durante varios siglos después de la muerte de los apóstoles apologistas, estudiosos de la fe y líderes cristianos bregaron con la idea de explicar la fe que encontraron en el testimonio sencillo e inmediato de los primeros cristianos. De un lado, desde el comienzo la iglesia adoraba a Cristo, reconociéndolo Señor. Por otra parte, los escritores bíblicos no dudaron en hablar de la humanidad de Cristo y de su subordinación al Padre. Cuando la iglesia se extendió por todo el imperio y fue necesario explicar la razón de la fe a los intelectuales de la época, muchos cristianos recurrieron a los escritos de los grandes filósofos para hablar de la naturaleza de Dios. 

En el contexto de este encuentro con la filosofía griega, una de las controversias más importantes que surgió en los siglos tercero y cuarto tuvo que ver con la naturaleza de Cristo. La pregunta fue si Cristo era una misma esencia con Dios o no, y si compartía la eternidad con Él o no. Muchos cristianos, liderados por Arrio (256-336), afirmaban que Jesús no era eterno, y por consiguiente no era igual a Dios. Muchos otros, bajo la dirección de Alejandro, obispo de Alejandría, creían lo contrario. Ahora bien, la iglesia durante los primeros dos siglos había dirimido sus diferencias mediante extensas discusiones y aferrándose a la verdad apostólica y la practica de la santidad. Pero a partir de la conversión de Constantino tenía el recurso novedoso de la autoridad civil para resolver sus problemas estableciendo credos oficiales. En el concilio de Nicea (325) se afirmó oficialmente que Jesús era eterno como el Padre y era de la misma esencia (ousía en griego) que él. Posteriormente el dogma de la trinidad se refinó y se fijaron conceptos oficiales para referirse a la esencia («osuna» en griego), la persona («prosopos» en griego), la sustancia personal («hypostasis» en griego).

Como puede verse, la elaboración teológica pos apostólica de lo que es Dios está enmarcada en las categorías de la metafísica griega. Nosotros preferimos las afirmaciones escuetas del Nuevo Testamento. Sin embargo, antes de mencionar algunas, veamos qué dicen los Testigos de Jehová.

Los Testigos de Jehová son una agrupación religiosa fundada en 1881 por Charles Taze Russell y que pretenden restaurar el cristianismo primitivo, basándose en su propio entendimiento sectario, parcial y descontextualizado de la Biblia. Decimos que su entendimiento de la Biblia es sectario porque sus dogmas se definen y difunden desde su sede central en Brooklyn, Nueva York. Es parcial, porque parte de textos aislados y tomados fuera de su contexto literario. Y es descontextualizado porque no toma en cuenta los respectivos contextos histórico culturales que sirvieron de marco a los escritos bíblicos. Veamos, pues, qué enseñan respecto a Dios.

Primero. Los Testigos de Jehová creen que Dios es un ser unitario.

En su libro, «Sea Dios veraz» leemos:

«Hubo, por supuesto, un tiempo en el que Jehová Dios estaba solo en el espacio universal. Toda la vida, la energía y el pensamiento estaban contenidos en él solo… Luego llegó el momento en el que Jehová empezó a creer…» (p. 25).

Segundo. Ellos creen que Cristo no es eterno, sino que fue creado.

En su libro «Buenas nuevas que le harán feliz» leemos:

«Durante toda esta actividad creadora, Jehová tenía a su lado un ayudante –un obrero maestro– el más amado de todos sus hijos angelicales en el cielo invisible» (p. 69)

En otra parte leemos:

«Tal como él (Cristo) es la más alta creación de Jehová, también es la primera, la creación directa de Dios, el único engendrado por el Padre» (Russell, Estudios sobre las Escrituras, Vol. V. p. 84)

En otra parte dice:

«Jesús no fue medio Dios y medio hombre. No fue Dios en la carne. Para expiar la transgresión de un hombre (Adán), el “hombre Jesucristo” tenía que corresponder exactamente al Adán que una vez fuera perfecto. Tenía que ser un hombre perfecto, nada más, nada menos.» (Buenas Nuevas, p. 118)

También dice:

«Al Hijo se le describe como “unigénito” porque fue la primera y única creación de Dios» (Buenas Nuevas, p 117)

Finalmente, en «Sea Dios Veraz» dice:

«¿Quién dirigió el universo durante los tres días que Jesús estuvo muerto en la tumba? Si Jesús era Dios, entonces durante la muerte de Jesús, Dios estaba muerto y en la tumba. Si Jesús era el Dios inmortal, entonces, no podía morir» (p. 109).

Veamos ahora los siguientes versos bíblicos:

Juan 1:1-3

Isaías 7:14, Mateo 1:23

Juan 15:17-18.23.26

Juan 8:48-59

Filipenses 2:5-8

Colosenses 1:15-17

 Isaias 9:6, Tito 2:13

Juan 20:24-28

Juan 5:16-23

Isaías 44:6, Apocalipsis 1:9-18

Closeness 2:9

Mateo 3:16-17

Judas 20:21-22

1 Juan 4:7-15

1 Pedro 1:1-2

2 Corintios 13:14

Romanos 8:8-10

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¿Qué creen los musulmanes acerca de Dios?

Si vamos por ahí preguntándole a la gente que creen acerca de Dios, es claro que nos van a dar distintas respuestas. Unos nos dirán que definitivamente no creen en Dios. Estos son los ateos. Para ellos no hay ninguna posibilidad de relacionarse con Dios porque definitivamente están convencidos de que no puede existir nada o nadie que se asemeje a lo que los cristianos llamamos Dios. Otros nos dirán que no están seguros. Estos son los agnósticos. Ellos piensan que es imposible saber con ningún grado significativo de seguridad si Dios existe y por consiguiente no pueden intentar tener ninguna relación con él. 

Por otra parte, hay quienes piensan que Dios es algo así como la substancia única de la cual todas los cosas que nos rodean son simplemente manifestaciones diversas. Esta visión de Dios es común en los monismos orientales y en el pensamiento de la Nueva Era, que ha inspirado numerosos grupos, escritos, videos de auto ayuda y terapias holísticas. Para ellos la espiritualidad consiste en un sentido de unificación con todos los hombres y con el universo, no en una relación con un Dios personal externo a nosotros. Cuando al candidato a la presidencia en Estados Unidos, Barnie Sanders, unos cuantos días antes de las primarias en Carolina del Sur, le preguntaron acerca de su espiritualidad, él respondió con una versión secularizada de estos temas que su espiritualidad era básicamente la convicción de que «todos estamos en esto juntos».

Otras personas están convencidos de que tiene que existir un Ser Superior, Creador de todo lo que existe. Pero no han hecho ningún intento real de encontrarlo con certeza. Simplemente se lo imaginan a su manera y basan su relación con Él en su propia imagen mental. Hay también personas que saben mucho de Dios. Han sido enseñados por otros o han oído hablar mucho de él. Pueden decir muchas cosas ciertas sobre Dios. Pero en realidad no tienen una relación cercana y personal con Dios. Pueden hablar de quién es Dios, cuáles son sus atributos, que planes tiene y que aprueba o desaprueba; pero no pueden decir que lo conocen íntimamente. No han tenido encuentros vivenciales con Dios y su Palabra. Por último, hay quienes conocen a Dios personalmente. Basan su conocimiento en lo que Dios ha dicho acerca de Él mismo, lo que han aprendido de Él mediante sus propias experiencias personales, y lo que otros, que también han oído la Palabra de Dios, dicen o han dicho de Él.

Podríamos decir que los musulmanes pertenecen a la penúltima categoría. Ellos pueden afirmar muchas cosas ciertas sobre Dios. Su concepto es mucho más cercano al cristianismo que las ideas hindúes, budistas o incluso mormonas. Los musulmanes creen que Dios es absolutamente soberano, majestuoso sobre todas las cosas. Ellos afirman que podemos ver su gloria en en toda la creación. Debemos acatar sus juicios y decretos, y nuestra historia terminará con un juicio divino que separará a quienes serán eternamente bendecidos de quienes serán eternamente condenados. Ellos saben que Dios es infinitamente poderoso, sabio y generoso. Él es eterno, el principio y el fin. No necesita de nada ni de nadie, y está fuera del tiempo y el espacio que marcan nuestro universo.

El Dios del Corán, el libro sagrado del Islam, creó a Adán y Eva. Escogió a Abraham para bendecirlo, dio leyes detalladas a su pueblo y levantó profetas como Moisés, David y Jesús. En muchos aspectos Alá se asemeja al Dios de la Biblia. Esto no es sorprendente, puesto que mucho de lo que enseñó Mohamed sobre Dios lo aprendió de conversaciones con gente, amigos y familiares judíos y cristianos, y de la lectura de documentos y tradiciones que circulaban en el siglo séptimo en Arabia. Sin embargo, hay diferencias notables entre el concepto cristiano de Dios y el del Islam.

La palabra Alá, es un término hebreo que se traduce simplemente Dios. Consiste de dos palabras, Al-Ilah, que equivalen a «La Deidad». Sin embargo, para los musulmanes «Alá» es un término exclusivo que puede aplicarse únicamente al único Dios que existe. Es algo así como el nombre hebreo «Yahveh». No es simplemente Dios, con referencia a la deidad. Pero las diferencias no terminan aquí. 

Alá en el Islam es un ser totalmente trascendente, al punto de que es totalmente inaccesible a los humanos. El Corán es un libro que declara la voluntad de Dios y sus planes para la creación, más no una revelación de Dios mismo. Podemos hablar de lo que Dios ha hecho y de sus atributos, pero cualquier idea humana acerca de Dios es inadecuada y distorsionada. Si decimos que Dios es bondadoso, no podemos asociar esa bondad con nada que nosotros sepamos aquí o hayamos experimentado. La naturaleza de Dios está totalmente fuera del alcance de nuestra mente finita.

Los cristianos también reconocemos que Dios en su plenitud está totalmente fuera de nuestra mente finita. Acercarnos a Dios es ponernos frente al misterio, grande y glorioso, que nos deja perplejos. Pero aún así, podemos tener un conocimiento real e íntimo de nuestro Creador. Esto es así, porque por su propio amor, Dios ha querido dársenos a conocer en maneras que nosotros podemos entender. Dios, por así decirlo, ha condescendido a nuestra condición de criaturas y de pecadores, precísamente para que fuera posible que nosotros pudiéramos conocerlo a efectivamente. Él busca una relación con nosotros. 

El deseo que Dios tiene de acercarse a nosotros y de que lo conozcamos personalmente es evidente especialmente en la venida de Jesús. La Biblia enseña que en Él está presente la plenitud de la deidad (Colosenses 2:9) y que por medio de él, Dios, quien es por naturaleza inaccesible a la percepción humana, se ha dado a conocer al mundo (Juan 1:18). Es cierto que no podemos conocer a Dios de una manera exhaustiva, pero sí podemos saber con certeza las cosas que él quiere revelarnos. Jesús, en palabras y carne humanas nos ha revelado que Dios nos ama con un amor profundamente paternal (Juan 17:26, 1 Juan 4:7-15).

En el Islam, Alá realmente no busca mantener una relación con nosotros basada en el amor. Él solo exige obediencia y por eso nos da a conocer sus leyes y demandas. Lo más que podemos aspirar es a ser siervos fieles, obedientes y sumisos. De hecho, la palabra Islam en árabe connota sumisión, especialmente en el contexto de la religión. En la Biblia Dios no busca siervos obedientes. Más que eso el quiere amigos (Juan 15:9-15) y, más que amigos, busca hijos (Juan 1:12-13, 1 Juan 3:1-3, Efesios 1:5).

Según algunas tradiciones islámicas Dios ha enviado 124.000 profetas con un mismo mensaje. Hay que rendirse y obedecer a Alá. El destino final de cada mortal depende totalmente de si obedece o desobedece a la voluntad de Alá. Pero según la Biblia, Dios no sólo quiere obediencia por sí sola. El busca transformar nuestra vida desde nuestro interior mediante la influencia de su Espíritu que mora en aquellos que han abrazado la posibilidad de ser hijos de Dios, creyendo en el Unigénito de Dios, Cristo Jesús (Gálatas 4:6-7, Romanos 8:9, Juan 1:14).  

El Dios del Corán es un Dios unitario. Es un soberano único y solitario sobre todo lo que existe. El amor no forma parte de la esencia de Dios, puesto que no existe amor sin que haya alguien a quien amar. Antes de la creación Dios existía en total soledad, sin amar, y en el presente Dios ama a los que cumplen sus leyes únicamente porque son siervos sumisos. Su amor es sólo una recompensa para los que le obedecen. Los humanos deben amar a Dios y seguir sus ordenes según las enseñanzas de Mahoma para que Dios los ame, porque Dios no ama a los que rechazan la fe mahometana. Sin embargo, el amor entre el musulman fiel y Dios es adoración, veneración y gratitud de lejos, nunca una relación íntima y confiada, como la del niño con su papá querido.

La cualidad más distintiva de Alá es su poder. Para los musulmanes él decide determinantemente todo lo que acontece en su creación. Nada puede alterar sus designios absolutos. No hay espacio para ninguna contingencia, y menos para que nadie corresponda libremente al amor de Dios. Dios no actúa por amor, sino por el deseo, podríamos decir caprichoso, de su voluntad.

La siguiente cita del Hadith ilustra este pensamiento. (El Hadith son colecciones que presuntamente vierten palabra por palabra lo que el profeta Mahoma dijo sobre diversos asuntos).

“Cuando Dios decidió crear la raza humana, tomó en sus manos barro, del cual fueron formados todos los humanos, y el cual de igual manera preexistieron. Habiendo divido el barro en dos porciones iguales tiró la mitad al infierno diciendo: «Estos al fuego eterno. No me interesa». Y mandó la otra mitad al cielo, añadiendo: «Estos al paraíso. No me interesa»” (Kisasul-Anbiya 21)

En marcado contraste con esta enseñanza, el Dios bíblico ofreció la vida de su Hijo en rescate por todos, porque El quiere que todos sean salvos (1 Timoteo 2:5-6). El mostró  la inmensidad y la intensidad de su amor para con nosotros en que siendo pecadores, rebeldes e infieles, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:6-8).

El Dios de la Biblia es único. No hay otro fuera de él. Sin embargo, por la eternidad él ha existido en una maravillosa unidad relacional. Por siempre Dios ha existido en el gozo del amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su creación es una manifestación de ese amor eterno que busca compartir su gozo y que a pesar de nuestra oposición y rebeldía busca nuestra reconciliación y unificación eterna en él (Juan 17:22). 

El concepto que los musulmanes tienen de Dios es el resultado de la apreciación incompleta e inexacta que presenta el Corán. El Corán es el texto sagrado del Islam. La palabra significa «recitación» y es supuestamente la relación en árabe, palabra por palabra, de lo que Dios le reveló a Mahoma por medio del ángel Grabriel durante un periodo de 22 años. El Corán usa, resume, amplía y modifica varias narrativas bíblicas y refleja el conocimiento que el «profeta» tenía de la religión judía y cristiana de su época. Los cristianos creemos que para tener una idea más clara y acertada de Dios, tenemos que estudiar la Biblia.

 

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La doctrina acerca de Dios - Parte 2

En el artículo pasado vimos que hay que buscar a Dios con deseo e interés genuinos. Vimos que Dios se nos acerca por medio de la Biblia y que en ella se nos da a conocer. Tenemos que acudir a la Biblia con precaución para no dejar que las doctrinas formuladas por las diversas instituciones religiosas nos estorben.

El Dios que encontramos en la Biblia es un Dios Altísimo y misterioso. Obviamente nuestro limitado entendimiento no puede abarcar tan enorme grandeza. Pero, por lo que él mismo nos ha revelado en la Biblia, podemos aproximarnos a conocerlo y apreciar su ser. Esta aproximación es la base de nuestra fe. Hebreos 11:6 dice: «Cualquiera que se acerque a Dios debe creer que Dios existe y que premia a los que lo buscan.» En este artículo vamos a considerar algunas ideas acerca de Dios que probablemente usted ya ha escuchado por ahí.

En primer lugar, hablemos de lo que los Mormones piensan acerca de Dios. Los Mormones son un grupo religioso también conocido como «La iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días». La iglesia de los Mormones empezó en Nueva York en las primeras décadas de los 1800 y su fundador fue José Smith.

Los mormones piensan que Dios tiene un cuerpo material como nosotros. En su libro «Doctrinas y Convenios», leemos,

«El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino es un personaje de Espíritu. De no ser así, el Espíritu Santo no podría morar en nosotros.»

De igual manera en su libro, «Artículos de fe» (1924), James Edward Talmage escribió:

«Afirmamos que negar la materialidad de la persona de Dios es negarlo a él; porque algo sin partes no tiene un todo y un cuerpo inmaterial no puede existir.» 

En el portal mormon.org leemos:

«Él tiene un cuerpo semejante al nuestro, pero el cuerpo de Dios es inmortal, ha sido perfeccionado y tiene una gloria que las palabras no alcanzan a describir.» (1)

Veamos ahora lo que dice la Biblia: Lea Juan 4:24, Lucas 24:39, Colosenses 1:5.

Los mormones también creen que en un tiempo Dios era un hombre y que llegó a convertirse en Dios. Así, creen ellos nosotros también podemos convertirnos en dioses. Milton R. Hunter (1902-1975), en su libro, El Evangelio a Través de las Edades (The Gospel Through The Ages), afirma lo siguiente:

«Los profetas Mormones han enseñado continuamente la sublime verdad de que Dios el Padre Eterno fue alguna vez un hombre mortal que pasó por una escuela de vida terrenal similar a la que estamos nosotros pasando. Llegó a ser Dios – un ser exaltado por medio de la obediencia a la misma verdad eterna del evangelio, que nosotros hoy tenemos la oportunidad de obedecer.» 

Por otra parte, Brigham Young, líder mormón (1801-1877), en Diario de Discursos (The Journal of Discourses, 1901), Vol 1. pg. 50) hizo la siguientes afirmaciones que la mayoría de los mormones desconocen:

«Cuando nuestro padre Adán entró en el jardín de Edén, vino con un cuerpo celestial, y trajo a Eva, una de sus esposas, con él. Él ayudó a crear y organizar este mundo. Él es Miguel, el Arcángel, el Anciano de Días, de quien los hombres santos han escrito y hablado – El es nuestro Padre y nuestro Dios, y el único Dios con quien tenemos que ver.»

Veamos ahora qué dice la Biblia. Génesis 1:1.26-27, 2:4-25, Mateo 22:30.

En vista de lo dicho anteriormente, puesto que según la doctrina mormona, muchos pueden llegar a ser dioses, es claro que ellos también creen que hay varios dioses. Orson Pratt (1811-1881) escribió en un periódico llamado «Seer» que

«En el cielo, donde nacen nuestros espíritus hay muchos dioses, cada uno con su propia esposas o esposas, que les fueron dadas a ellos antes de su redención, estando aún en su estado mortal.» (Volumen I, p. 37).

Comparemos esta enseñanza con Isaías 43:10. 44:6.

Otra doctrina de los mormones es que Jesús fue concebido por el Padre, no por el espíritu Santo. Brigham Young escribió:

«Cuando la virgen María concibió el niño Jesús, el Padre lo había engendrado en su propia imagen. El no fue engendrado por el Espíritu Santo. ¿Y quién era el Padre? Era el primero de la familia humana. Jesús, nuestro hermano mayor, fue engendrado en la carne por el mismo personaje que estaba en el huerto del Edén, y quien es nuestro Padre celestial.» (Diario de Discursos, Volumen I, p 50-51).

En otra parte escribió:

«El nacimiento del Salvador fue tan natural como son los nacimientos de nuestros hijos; fue el resultado de la acción natural. Participó de carne y sangre; engendrado de su Padre, así como nosotros lo fuimos de nuestros padres.» (Diario de Discursos, volumen 8, página 115.

José Fielding Smith (1876-1972) décimo presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de Los Últimos días, considerado como profeta y vidente, también declaró:

«El nacimiento del Salvador fue un acontecimiento natural desatendido con algún grado de misticismo, y el Padre Dios fue el padre literal de Jesús tanto en la carne como en el espíritu.” (Verdades Religiosas Definidas [Religious Truths Defined].»

Bruce McConkie (1915-1985), miembro del Quórum de los doce apóstoles de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, también añadió:

«Cristo nació en el mundo como el Hijo literal de este Ser Santo; él nació en el mismo sentido personal, real y literal que cualquier hijo nace de un padre mortal. No hay nada figurativo acerca de su paternidad; él fue engendrado, concebido y nacido en el curso de los eventos normales y naturales… Cristo es el Hijo del Hombre, lo que significa que su Padre (¡El Dios Eterno!) es un Hombre Santo.» Doctrina Mormona, p. 742.

La doctrina mormona acerca de Dios ha sido el resultado de supuestas revelaciones adicionales de Dios. Los mormones creen que la Biblia no es suficiente para el hombre moderno y que además contiene supuestos «errores» de traducción. Por consiguiente basan sus creencias también en otros libros que consideran inspirados. Ellos son: (1) El libro de Mormón, un conjunto de escritos supuestamente compuestos por hombres santos en la antigua América y traducido por José Smith, (2) Doctrinas y Convenios, y (3) La Perla de Gran Precio. Dicho sea de paso, que los mormones afirman que también creen que la Biblia es un libro inspirado, siempre y cuando esté correctamente traducida. La pregunta entonces es, ¿cómo sucede que los libros inspirados se contradicen mutuamente?

(1)  https://www.mormon.org/spa/preguntas-frecuentes/naturaleza-de-dios

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Doctrinas en la iglesia: Dios

Habiendo resumido brevemente el curso de la historia del cristianismo desde sus comienzos en el primer siglo hasta nuestros días, vamos ahora a considerar en los próximos artículos varias creencias religiosas y a compararlas con lo que la Biblia enseña. Empezaremos con la doctrina acerca de Dios. 

La idea de Dios empieza con unas preguntas fundamentales que eventualmente todos los seres humanos nos hacemos en algún momento de nuestra vida. ¿Es lo que percibimos con nuestros sentidos materiales lo único que existe? ¿Por qué existen todas estas cosas que percibimos con nuestros sentidos? ¿Será posible que alguna vez no exista nada? ¿Por qué existo yo? ¿Dejaré de existir alguna vez? ¿Será posible que exista algo más allá de todo lo que percibo con mis sentidos y de lo que alcanzo a imaginarme dentro del mundo material?

Éstas no son preguntas académicas. No son simplemente propuestas de debate en círculos religiosos, ni formulaciones de catecismos en las iglesias. Son interrogantes verdaderamente humanos que nos planteamos desde nuestro ser interior. Representan nuestra búsqueda de significado y explicaciones. Son nuestra manera de estirarnos hacia el infinito buscando una conexión definitiva.

Esta búsqueda debe ser la base de toda nuestra reflexión acerca de Dios. Debemos evitar a toda costa la tentación de hablar de Dios desde cualquier plataforma artificial ideada con el fin de controlar o subyugar a otros, de generar beneficios para algunos a expensas de otros, o de mantener viva una institución humana. No debemos hacer afirmaciones acerca de Dios para quedar bien con la iglesia la cual pertenecemos. Esto, lejos de ampliarnos el horizonte abriéndonos la posibilidad de una relación con el Infinito, nos pondrá en una situación más estrecha y distante. De hecho, las muchas  guerras, enemistades y tantas divisiones hechas en nombre de la religión son una prueba de lo que pasa cuando el tema de Dios se nos vuelve un pretexto para el egoísmo. 

A Dios hay que buscarlo con nuestras propias preguntas y desde nuestro propio interior. Es entonces cuando la Biblia se nos abre como una respuesta de Dios mismo que se acerca para conectarse con la humanidad. Dios se descubre ante nuestra mente inquieta a través de sus intervenciones en nuestra historia y de su palabra histórica. No estamos diciendo con esto que nosotros  no podamos percibir personalmente la presencia de Dios en nuestra vida. Sino más bien que Dios no solamente se acerca nosotros subjetivamente, sino que también ha intervenido y se ha comunicado con otras comunidades de personas en otros tiempos. Esas intervenciones y comunicaciones históricas constituyen un hilo de historia dentro del cual podemos entender mejor nuestras experiencias personales y, así, conocer mejor a Dios.

Cuando leemos la Biblia nos encontramos con un Dios que es eterno, único y creador. Éxodo 3:1-14 nos relata que cuando Dios se le presentó a Moisés en una zarza ardiendo para enviarlo a liberar a los israelitas, esclavos en Egipto, Moisés quizo saber el nombre del Dios cuya voz escuchaba desde la zarza. De alguna manera Moises pensaba que si sabía el nombre de Dios,  podría entenderlo mejor y tener más control sobre su acceso a El. La respuesta de la voz en La Zarza fue: "Yo soy el que soy" (verso 14). Al conjugar ese verbo en la tercera persona singular, tenemos la palabra Yahweh. Gramaticalmente es un imperfecto causal,   cuatro consonantes en hebreo que representan el nombre de Dios y  que pueden traducirse en español  por "Él es", "él sera", o "él hará que sea". Con este enigmático nombre, Dios se le revela Moisés como el único ser cuya existencia no depende de nada. Fuera de Dios todo es criatura. Dios simplemente es, ha sido y hace que exista todo lo demás. Dios está por fuera y por encima de todo lo creado. Es totalmente distinto a la criatura.

 La Biblia no da lugar al panteísmo ni al panenteísmo. Al principio, Dios que siempre ha sido, creó todo lo demás que existe. Dios Creó de la nada. Así que nada es eterno excepto Dios. No es como en la filosofía platónica, según la cual siempre han existido las ideas perfectas y la materia caótica. Dios y la creación son totalmente distintos. Él es eterno mientras todo lo creado es temporal. Dios y la criatura no se deben confundir. El ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, pero no posee, como sostienen algunos pensadores de la posmodernidad, ninguna chispa innata de divinidad.

El Dios de la Biblia es el creador directo de todas las cosas, tanto espirituales como materiales (Génesis 1:1 , Colosenses 1:16). En la antigüedad, especialmente a partir del siglo segundo, surgió una extraña desviación de la doctrina cristiana, una mezcla de filosofías y religiones, según la cual, del Dios puro y original habrían surgido una serie de emanaciones, cada vez más distantes y menos puras. Una de las últimas emanaciones, un demiurgo, formó de la materia caótica las cosas físicas y encerró nuestros espíritus en nuestros cuerpos.

El Dios de la Biblia no es así. Él mismo es el artesano que creó todo con amor. Las cosas físicas no son malas ni contrarias a la espiritualidad. Él ama y se deleita en su creación (Génesis 1:31). "Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna." (Juan 3:16). Dios ama nuestro mundo y está interesado en las cosas que pasan en el a pesar de su pequeñez dentro del inmenso universo de estrellas y constelaciones. Hombres, mujeres, rios, océanos, plantas, animales y minerales, todo es creación maravillosa para Él. 

Dios ama nuestro mundo, el cual nosotros hemos ayudado a construir, y sorprendentemente lo sigue amando, a pesar de nuestros errores; aunque haya guerras, tiranos, gobiernos corruptos, injusticias y pasiones turbias y ciegas. Lo ama, aunque nosotros no lo amemos a Él ni seamos capaces de amarnos unos a otros y a pesar del dolor y la maldad que hemos introducido y seguimos introduciendo en él.

Decir que Dios ama, que se interesa por el mundo, es creer que él es un ser personal. No es una fuerza, ni un campo energético cósmico, como en el universo imaginario de La Guerra de las Galaxias. El Dios de la Biblia posee una inteligencia, tiene sentimientos, se comunica, pero, más que todo, tiene intenciones. Su propósito es unificarlo todo, trayendo paz y armonía total (Efesios 1:10). Por inverosímil que sea, partiendo de nuestro presente, un mundo futuro totalmente pacífico y armónico, El destino de la creación es exactamente ese. El Dios de la Biblia nos ofrece su promesa como garantía de esa esperanza. Además, para avalar su promesa, Dios nos relata en la Biblia la historia de su fidelidad y el cumplimiento paulatino, pero inexorable de todos sus propósitos.

Puesto que Dios es único, solo Él merece nuestra total confianza y fidelidad. Si veneramos y ponemos nuestra fe  en cualquier cosa que no sea el único Dios verdadero, cometemos idolatría (Isaías 46:1-9). Dios es el origen final de todo bien. Es la única alternativa real de salvación (Isaías 43:11). Toda idolatría es un engaño. A pesar de que los maestros de la Iglesia Católica Romana insisten en que en su iglesia no se adoran ni los santos ni sus imágenes, sino que simplemente les rinden  homenaje, la verdad es que, en la práctica, millones de creyentes han puesto su fe en seres y cosas que no son Dios. Por supuesto que la idolatría no se limita solamente a la veneración religiosa de imágenes, ángeles o seres exaltados. Cualquier cosa que suplante el lugar de Dios en nuestro proyecto de vida, tenga o no  connotaciones religiosas, es un ídolo; sea dinero, fama, una ideología política o el poder militar. La doctrina bíblica acerca de Dios, nos aleja de la idolatría, conduciéndonos al conocimiento del Dios único, fuente verdadera de la vida (Juan 17:3).

Otro asunto que se discute en los círculos religiosos actuales tiene que ver con lo que se ha llamado "La Trinidad". Hoy por hoy podemos decir que hay iglesias trinitarias e iglesias unitarias, surgidas a partir de diversos credos, que se han convertido en bandera de controversia. Pero éste será nuestro tema en el próximo blog.

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Discrepancias, cismas y denominaciones

En los dos artículos anteriores vimos que la naturaleza y el rumbo de la iglesia que Jesús había establecido en el primer siglo fue cambiando paulatinamente a medida que se introdujeron prácticas y doctrinas diversas. Como era de esperarse, surgieron fuertes discrepancias y contiendas que prontamente se extendieron por todas las iglesias. Se formaron luchas de poder y escuelas de pensamiento muy influyentes que causaron polarizaciones incluso entre entre los cristianos seguidores de la enseñanza apostólica. Desafortunadamente aquellos cristianos gradualmente abandonaron la práctica de dirimir sus diferencias apelando al amor y a la Palabra revelada, y optaron por apelar más a la autoridad de los supuestos obispos, siguiendo listas no siempre confiables de sucesión apostólica. Más tarde vino la idea de los concilios de los supuestos sucesores de los apóstoles; y luego, peor aún, la búsqueda de aprobación por los poderes políticos de su época. A partir del siglo IV, la conexión inicial con Jesucristo y el compromiso con Su plan de redención se fue esfumando con mayor rapidez, especialmente a partir de la fecha en que la iglesia empezó a gozar de la aceptación y el apoyo del imperio. Además, dado que en la antigüedad era común que los pueblos adoptaran fácilmente la religión de sus emperadores, la conversión de Constantino y el hecho de que, después de él, los gobernantes fueran generalmente cristianos fueron dos factores que hicieron que muchas personas se añadieran a las filas de la iglesia, pero sin convicción ni verdadera formación apostólica. Estos nuevos "cristianos" simplemente querían una religión, preferiblemente con rituales sobrecogedores y una apariencia majestuosa. 

Por otra parte, también la concentración de prestigio y poder en los líderes eclesiásticos y su estrecha relación con los poderes políticos seculares del imperio romano ya de por sí dividido, fueron dos circunstancias que contribuyeron a que se fomentara más desde los comienzos de la Edad Media en el siglo V el creciente distanciamiento entre la iglesia accidental y la oriental. De por sí, las diferencias culturales eran profundas y, además, en uno y otro lado del imperio las condiciones políticas iban haciendo la brecha también más honda. En este ambiente, las grandes discusiones teológicas que suscitaban las escuelas iban marcadas con el favor o la desaprobación de los emperadores, quienes hacían sus decisiones más por consideraciones políticas que bíblicas. Fue así como eventualmente, después de más de quinientos años de distanciamiento, el 16 de Julio de 1054, se produjo definitivamente el cisma entre la iglesia católica romana y la que vino a ser la iglesia católica ortodoxa.

La iglesia ortodoxa, igual que la iglesia católica romana, fundamenta su existencia en la sucesión ininterrumpida de obispos desde la época de los apóstoles originales de Jesús. En la actualidad cuenta con más de 300 millones de fieles en todo el mundo y está organizada en torno a 15 patriarcados autónomos e independientes. Los patriarcas ejercen su autoridad en sus respectivas jurisdicciones respetando cordialmente sus límites y resuelven sus problemas sin acudir a ninguna autoridad superior. Los patriarcados más antiguos son los de Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén. El patriarca de Constantinopla goza de una posición especial de honor, pero no tiene jurisdicción sobre los demás patriarcas. Además hay otras iglesias ortodoxas que se gobiernan a sí mismas y que no están subordinadas a los patriarcados oficialmente reconocidos. 

Para finales del siglo XV la situación de la iglesia católica romana era absolutamente deplorable. El poder había corrompido a los líderes. Los ministerios ya no eran oportunidades de servicio amoroso y abnegado, sino posiciones eclesiásticas que se compraban y se vendían sin ningún miramiento o atención a la vocación o el carácter moral de quienes las negociaban. Desde los papas hasta los monjes, los prelados de la iglesia ostentaban sin reparos el derroche de cosas y el libertinaje sexual. El pueblo empobrecido vivía en completa ignorancia, hundido en la superstición. A los papas les interesaba más el lujo y la gloria de Roma, que el progreso del mensaje de amor humanizante y esperanzador que Jesús proclamó dede la cruz. Era obvio que la iglesia católica romana se había apartado de aquella muchedumbre de personas sencillas y comprometidas que en los primeros siglos de nuestra era estuvieron dispuestas a dar su vida por mantener con pureza y honor el ideal del crucificado. 

No solamente la explotación de los «pastores» a su «grey» y su escandalosa avaricia e inmoralidad separaban esta nueva y decadente iglesia de la primitiva. Muchos dogmas y prácticas ajenas a las enseñanzas originales de los apóstoles se habían introducido a lo largo de los años y ahora eran tenidos por dogmas de fe que todo creyente debía confesar so pena de ser enjuiciado por la severa Inquisición. Para colmo de cosas, la Biblia solo estaba disponible en latín y la gente común de muchos pueblos que ni hablaban ni leían latín no tenían acceso a ella. Después de la caída de Constantinopla en 1453, llegaron a occidente textos bíblicos griegos y en algunos estudiosos que empezaron a leerlos se despertó la llama de una reforma que pudiera llevar a la iglesia a retomar el rumbo marcado en las fuentes originales de la fe, es decir, los escritos del Nuevo Testamento. 

Estando así las cosas, a principios del siglo XVI, Martín Lutero propuso cambiar aquellas doctrinas y prácticas de la iglesia católica romana, que a su parecer no estaban de acuerdo con Las Escrituras. Puesto que la iglesia católica rechazó rotundamente esta propuesta, surgió un movimiento nuevo, separado, conocido como «el movimiento de la reforma protestante». La idea de Lutero era que la Biblia, y no la jerarquía católica, debería ser la autoridad final en asuntos de fe. Él creía que las personas se salvan por su fe en Jesucristo y no por el cumplimiento de obras y ritos impuestos por la iglesia. Lutero se opuso especialmente a la venta de indulgencias, explotación sin escrúpulos de la fe ignorante y los temores de los fieles. Por su parte, paralelamente en Suiza, Ulrico Zuinglio llegó también a conclusiones similares a las de Lutero en Alemania y lideró la reforma en su región.

El siglo XVI era una época de grandes cambios en Europa. Soplaban fuerte los vientos del humanismo y el nacionalismo. Varios sectores de aquellas sociedades convulsionadas vieron en las ideas de los reformadores un punto de apoyo para adelantar sus ideales nacionalistas y los intereses de su respectiva clase. A la vez las corrientes de la época influían también sobre el pensamiento de los reformadores, mientras ellos aspiraban a contar con el apoyo de sus pueblos. Zuinglio, por ejemplo, a pesar de insistir en que actos como la participación de la cena del Señor eran simplemente expresiones simbólicas de la fe, mantuvo la práctica del bautismo de infantes en conformidad con sus ideales patrióticos, a pesar de lo contradictoria que ésta era  respecto de sus propios planteamientos.  Después de todo, si el bautismo era solo un símbolo de fe, ¿qué sentido tiene practicarlo en una persona que no entiende lo que está pasando?

Fue así como desde el principio surgieron dos corrientes de reforma: La iglesia luterana, por un lado; y la iglesia reformada, por el otro. Lutero, por una parte, esperanzado en tener más adeptos y lograr más apoyo para su causa en Alemania, no quería causar tropiezos ni distanciamientos innecesarios con los católicos de su país. Por ello insistía en que sólo era necesario cambiar aquellas prácticas o doctrinas que abiertamente contradecían las Escrituras. Por otro lado, Zuinglio asumía que una verdadera reforma debía eliminar todas aquellas doctrinas o prácticas que uno no pudiera verificar en la Biblia. 

Por ahí en 1530 en Francia, Juan Calvino, un ilustre estudioso de teología, humanidades y derecho, se convirtió a las ideas de la reforma y rompió con la iglesia católica, negando su autoridad, enfatizando la importancia primordial de la Biblia e insistiendo en la salvación por fe y no por obras. Unos años después, la violenta persecución emprendida en Francia por los católicos contra los protestantes, lo obligó a huir Basilea, Suiza.  En 1536 se instaló en Ginebra. De allí fue expulsado debido al excesivo rigor que pretendía imponer sobre los creyentes. Sin embargo, en 1541 volvieron a llamarle a Ginebra donde poco a poco adquirió gran poder, no sólo religioso sino también político y logró imponer los ideales de su religión en la vida pública. De hecho, en 1553 hizo quemar en la hoguera a Miguel Servet, a quien consideraba hereje por sus ideas sobre la trinidad. Posteriormente, sus doctrinas dieron lugar al calvinismo y sirvieron de base al desarrollo del protestantismo en toda Suiza y Holanda, de los hugonotes en Francia, los  presbiterianos en Escocia y los puritanos en Inglaterra. Calvino se opuso a la unidad con la corriente Luterana aduciendo diferencias teológicas irreconciliables.  Entre estas estaba principalmente  su doctrina de la predestinación, según la cual Dios determina de antemano quienes se salvan y quienes no sin mediar para nada la voluntad de los individuos. Las buenas obras no contribuyen en nada para la salvación, sino que son también la conducta predestinada por el Creador para los que se salvan, igual que les bendiciones que puedan recibir en su vida.

Debido a que ni Lutero ni Zuinglio, con sus respectivos grupos, se atrevieron a ser más consecuentes con sus ideales de retornar a derrotero marcado por los escritos del Nuevo Testamento, surgieron nuevos grupos con propuestas más radicales. Se les conoce en la historia de la iglesia como «anabaptistas», porque insistían en que el bautismo de infantes no es válido y los creyentes tienen que bautizarse como adultos para pertenecer a la iglesia del Señor. Estos grupos rechazaron cualquier alianza con los estados de su época y por eso se les consideró subversivos y fueron cruelmente perseguidos. Al morir la primera generación de líderes pensadores, la segunda generación, impulsada principalmente por campesinos resentidos se volvió más radical aún, rehusaron pagar impuestos o intereses, empezaron a predecir la inminente segunda venida de Cristo y eventualmente en algunos casos formaron movimientos revolucionarios violentos.

Después de la derrota de los anabaptistas revolucionarios en Münster, Alemania en 1535, surgió una nueva generación de pacifistas. Uno de ellos, Menno Simons fundó en Holanda la denominación de los Menonitas. Los menonitas ejercieron una influencia notable sobre un grupo de ingleses que habían huido a Amsterdam por causa de la persecución. Uno de ellos, John Smyth fundó en 1609 la primera iglesia bautista inglesa. 

A partir de 1534, la iglesia católica de Inglaterra se separó de Roma cuando el rey Enrique VIII rompió relaciones con el Vaticano, luego de que el papa Clemente VII le negara la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena. El rey se declaró cabeza de la iglesia en Inglaterra, anuló su matrimonio con Catalina y determinó no continuar pagando tributos a Roma.  Enrique VIII, no estaba realmente interesado en una reforma doctrinal de la iglesia. Sus intereses eran predominantemente políticos. Sin embargo, sus políticas fueron bien recibidas por varios sectores en Inglaterra que ya tiempo atrás querían ser independientes de Roma y que veían en ellas la posibilidad de llevar a cabo cambios más profundos. Catarina Parr la sexta y última esposa de Enrique VIII simpatizaba con la reforma. Así, después de la muerte de Enrique VIII, la iglesia de Inglaterra tomó más rasgos del protestantismo y se distanció más de la iglesia católica. Todos los creyentes pudieron participar del pan y de la copa en la comunión, los clérigos pudieron casarse, las imágenes se quitaron de los templos y los cultos se celebraron en inglés. Tras el mandato de María la sanguinaria, hija de Enrique VIII y Catalina, quien quiso restaurar el catolicismo en Inglaterra, condenando a casi 300 líderes religiosos a la hoguera, Elizabeth, su media hermana, hija de Ana Bolena, asumió el trono y siguió una política de acercamiento en la que se mantuvieron la separación de Roma y varios elementos de la reforma protestante a la vez que prácticas y credos tradicionales, como el uso de imágenes pero sin venerarlas. La iglesia anglicana se considera una iglesia católica reformada o una iglesia protestante sin nexos directos con los padres de la reforma. 

En Estados Unidos, a raíz de la experiencia de la revolución Americana y al ambiente progresivamente favorable para el pluralismo, floreció y se desarrolló la idea del denominacionalismo. La palabra denominación connota la idea de que la iglesia es una entidad invisible que está representada por las diversas denominaciones o nombres que tienen las agrupaciones y organizaciones voluntarias que forman libremente los cristianos según sus preferencias personales. Entre las muchas denominaciones que hoy por hoy se han extendido por todo el mundo tenemos: La iglesia adventista del séptimo día, fundada a principios de los años 1800; la iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días o la iglesia de mormón, fundada por José Smith en 1830 en Fayyete, Neva York; Los Testigos de Jehová, denominación fundada por Charles T. Russell en 1879,  Las iglesias pentecostales y las asambleas de Dios; fundadas a principios de los años 1900; y la Iglesia del Nazareno, que resultó de la unión de varios grupos independientes en 1907 y 1908.

Este resumen brevísimo de historia cristiana es una aproximación el panorama frente al cual hay que considerar el tema que nos concierne en esta serie: las doctrinas en la iglesia. Las experiencias de los cristianos en otras épocas, por una parte, ilustran una amplia gama de retos, aciertos y equivocaciones; y por otro, nos presentan el trasfondo de las diversas doctrinas que con frecuencia encontramos en las iglesias actuales. ¿Debe la iglesia que fue fundada para navegar contracorriente simplemente seguir el curso de los tiempos? ¿Cómo puede una iglesia llevada de un lado a otro por vientos doctrinales formados en las pasiones y ambiciones de las naciones ser señal de esperanza y transformación? Nuestra era está marcada por cambios sin precedentes. Vivimos en una época post cristiana en la que tal vez la mayoría ha perdido la fe en lo que el cristianismo puede significar en el mundo después de tantos siglos de alianzas y compromisos con los poderes de la tierra.  Para muchos la única esperanza está en la fortaleza y la esperanza individual que la fe de cada cual pueda traer al corazón. Sin embargo, si hemos de creerle a Jesucristo, Dios espera de nosotros que seamos la sal y la luz del mundo, lo que significa que le enseñemos a otros lo que aprendemos de Él.

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OTROS CAMBIOS SIGNIFICATIVOS

La iglesia es una entidad muy especial. La Biblia enseña que fue preparada y planeada por Dios antes de la fundación del mundo (1). Su fundador es Cristo mismo (2) y su constructor es el Espíritu de Dios (3). Sin embargo, los obreros que trabajamos en ella y colaboramos con el Espíritu Santo en su construcción somos humanos. Por consiguiente, la iglesia es a la vez el resultado de una obra tanto divina como humana. Al edificar la iglesia, Dios no anula nuestra humanidad ni nuestra libertad. Al contrario, en la iglesia somos llamados a potenciar nuestra humanidad, tal y como fue diseñada por Dios en su creación original. Esto implica dos cosas muy importantes para nosotros a la hora de evaluar los cambios ocurridos en el cristianismo a lo largo de los siglos: En primer lugar, la iglesia vive su llamamiento en contextos socioculturales específicos. En segundo lugar, cada uno de los creyentes que componemos la iglesia estamos constantemente expuestos a cometer equivocaciones y errores. Detengámonos unos momentos en la primera implicación.

Para ser pertinente, la Iglesia debe, como lo hizo el Maestro, proclamar y ser mensaje de Dios en el devenir diario de los distintos pueblos y localidades donde le corresponde vivir. Así, cuando leemos el Nuevo Testamento, nos encontramos con muchas prácticas, costumbres y términos que fueron parte de las sociedades y culturas en las que se desarrolló el cristianismo primitivo. Algunas de ellas son por ejemplo, la forma de saludar (4), la institución de la esclavitud (5), la tensión entre creyentes judíos y gentiles (6), los medios de transporte (7), la forma de demostrar una actitud de servicio (8), el significado convencional de ciertos cortes de cabello (9), y varias otras cosas más. Los cristianos del primer siglo pudieron ser sal en sus culturas porque supieron vivir y predicar su fe permaneciendo inmersos en sus respectivos mundos sin dejarse arrastrar por la corriente y sin convertirse ellos mismos en un grupo más del montón.

Las costumbres, los idiomas, los medios de comunicación, las instituciones y todas las demás expresiones culturales que caracterizan nuestra actividad humana cambian de una era a otra. Por consiguiente, el reto para la iglesia en cada época es estar en el mundo sin ser del mundo (10). Es decir, oír la voz de Dios y ponerse en marcha desde su propio lugar sociocultural. Únicamente así podemos ser una iglesia misionera, signo de esperanza y transformación. Pero, claro, esto implica el ejercicio de nuestro juicio humano.

Aún en el primer siglo, con la memoria fresca de los eventos y enseñanzas de Jesús y mientras el Espíritu Santo estaba revelando directamente la Palabra de Dios, podemos ver lo difícil que es este reto para la iglesia. El primer paso intercultural que tuvo que dar la iglesia tuvo que ver con la súbita acogida del Evangelio por parte de judíos extranjeros. La Iglesia nació en Jerusalén, en el contexto de una comunidad predominantemente Palestina. ¿Como había que vivir la fe en convivencia con un gran número de judíos con raíces griegas? El relato que leemos en Hechos 6:1-7 nos muestra claramente cómo el factor humano interfiere con el cumplimiento cabal de la voluntad de Dios. Más tarde la Iglesia tiene que dar otro importante paso intercultural. ¿Qué hacer con extranjeros simpatizantes del judaísmo, pero no convertidos todavía? ¿Se podía aceptarlos la iglesia sin necesidad de hacerlos primero judíos? En Hechos 10 y 11 leemos que ni aún para el apóstol Pedro éste fue un paso fácil. De hecho, a partir de ahí y a medida que el Evangelio se extendió por pueblos y ciudades cuya población era predominantemente gentil, surgieron múltiples cuestiones que los primeros cristianos tuvieron que discutir.

Desde el principio, pues, es claro que la fe se vive avanzando, a pesar de la vacilación inherente a nuestra condición humana. Si tuviéramos que representar en un esquema ese avance vacilante de la fe a través de los siglos, dibujaríamos una línea horizontal oscilante en la cual la subidas y bajadas representan nuestras incertidumbres y equivocaciones al avanzar por el derrotero que nos marca la palabra histórica de Dios, "la fe una vez dada a los santos". Se vale tener dudas e incluso equivocarnos, siempre y cuando avancemos en la dirección correcta. El problema es apostatar, desviarse de dirección. Este ha sido un peligro grave, también desde el principio (11). Veamos algunos ejemplos a continuación.

Aproximadamente a partir del año 200 d.C, en varias iglesias los cristianos empezaron a conmemorar la fecha del fallecimiento de los mártires y a hacer donaciones en su nombre. Gradualmente los obispos les dieron a estas celebraciones un carácter oficial. Éstos actos conmemorativos fueron tomando la forma de una veneración especial por aquellos que habían dado su vida por causa de Cristo. Posteriormente, a la lista de mártires se añadieron otros cristianos cuya piedad se consideraba sobresaliente. Así, pese a que en el Nuevo Testamento todos los creyentes son considerados santos, la palabra Santo se limitó únicamente a esta lista de personas especiales. En el año 1170 d. C. el papa Alejandro III afirmó que a nadie podía venerársele como santo sin la aprobación oficial de la Iglesia Católica Romana. Actualmente la Iglesia Católica solamente autoriza venerar como santos a aquellos que han sido oficialmente canonizados por el papa. Además, la veneración a los santos incluye el uso de imágenes, frente a las cuales los creyentes se arrodillan, piden de milagros, encienden velas y practican otras formas de adoración, mezclando enseñanzas cristianas con prácticas y festividades paganas.

En el año 253 d.C, Novaciano, recluido en una cama por causa de su enfermedad, fue bautizado rociándole agua sobre todo su cuerpo. Al principio a esto se le llamaba "bautismo clínico" y estaba reservado solamente para enfermos que no podían levantarse de su cama, aunque muchos dudaban de su validez. Eventualmente, después de mucha controversia, también se fue adoptando práctica de bautizar bebés, especialmente después de que Agustín (354-430 d. C.) propusiera en el que siglo cuarto la idea del pecado original. Sin embargo fue hasta el año 1311 d. C., en el concilio de Ravenna, que se decretó oficialmente que el bautismo por rociamiento era igual al bautismo por inmersión. En la actualidad la práctica general de la iglesia católica es el bautismo de infantes por rociamiento, aunque algunos templos católicos modernos están construyendo pilas, para bautizar a aquellas personas que prefieran hacerlo por inversión. De igual manera, el catolicismo oficial se está alejando de la idea del limbo como el lugar donde van a parar los niños que mueren sin ser bautizados.

Veamos a continuación otros cambios significativos. Bajo la dirección del Espíritu Santo, los cristianos del primer siglo se apartaron sustancialmente de ritos y ceremonias elaboradas y se concentraron en una adoración espiritual, sencilla y práctica centrada en la Palabra de Dios. Pero a partir del 250 d. C. el deseo de más rituales dio pie a que surgiera una clase sacerdotal separada del resto de la iglesia, pese a que en el Nuevo Testamento todos los cristianos son considerados un "sacerdocio real".(12) Del mismo modo, por ahí a partir del año 350 d. C. las reuniones de adoración empezaron a llamarse "misa", debido a la frase en latín "Ite, missa est", que se usaba para despedir la asamblea antes o después de la cena del Señor. La frase literalmente significa: "Váyanse, esta es la despedida." En la actualidad, la Iglesia Católica considera que durante la misa, el sacerdote renueva el sacrificio de Cristo en la cruz convirtiendo el pan y el vino literalmente en el cuerpo y la sangre de Jesús. A esta doctrina se le conoce como "transubstanciación" y no fue generalmente aceptada en la iglesia hasta después del año 800 d. C.

En el año 1704 d.C se le prohibió determinantemente a los sacerdotes que se casaran. Pero, puesto que hubo tanta resistencia, la práctica del celibato no se forzó con rigidez hasta después del año 1123 d. C. En el año 1564 d. C. El papa Pío IV decretó que solamente la Iglesia Católica tenía el derecho de interpretar las Escrituras. Los creyentes no deberían tener acceso individual y directo a la Palabra de Dios. En 1870, en el concilio Vaticano, se decretó el dogma de la "infalibilidad del papa". Según esta doctrina, cuando el papa habla oficialmente sobre asuntos de fe y moral está exento de cometer cualquier error. El 1 de noviembre de 1950 el papa Pío XII decretó del dogma de la Asunción de María, Según el cual, después de cumplida su misión en la tierra, María fue recibida en el cielo en cuerpo y alma.

Éstos y muchos otros dogmas y prácticas señalan un rumbo diferente al que marcó Jesús al establecer su iglesia en el primer siglo. En vez de una iglesia orientada por la palabra histórica de Dios, surgió una iglesia dirigida por las leyes y los decretos de los concilios y de los papas. En vez de una iglesia espiritual, despegada del mundo y retadora del paganismo, se fue formando una iglesia materialista, sincretista y apegada a lo ritual y a lo mágico. En vez de ser una iglesia que avanza contracorriente, aparece una iglesia que se acomoda al mundo y se confabula con los poderosos. No sigue la estrella que conduce a la sencillez del pesebre, signo inconfundible del nuevo pueblo de Dios, sino que se empeña en seguir la ruta equivocada de los grandes de la tierra que, siguiendo el consejo satánico, buscan a cualquier costo alcanzar la gloria de los astros.

El camino de Jesús jamás ha sido ancho, fácil o espacioso. Si queremos andar por él, tenemos que mantener puesta la mirada en la dirección hacia la que apuntan los eventos, las doctrinas y las prácticas del Nuevo Testamento. No basta con hacer una lectura superficial y legalista de sus documentos buscando repetir ciertas formas o credos aislados y creyendo haber restaurado con ello el cristianismo primitivo. Tampoco es suficiente una fe subjetiva y sin contenido incapaz de ofrecernos una guía real. Dios actuó y hablo en el primer siglo y con sus hechos y palabras dio comienzo a una nueva era, en cuyo desarrollo nosotros, en la alborada del siglo XXI, somos llamados a participar. No pretendemos tener todas las respuestas. Sabemos que erramos con frecuencia, pero puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, navegamos hacia la consumación final de la voluntad de Dios.

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(1) Efesios 1:4
(2) Mateo 16:18
(3) 1 Corintios 12:11
(4) Romanos 16:16
(5) 1 Corintios 7:21-22
(6) Gálatas 3:28
(7) Hechos 27:2
(8) Juan 13:1-20
(9) 1 Corintios 11:2-16
(10) Juan 17:15-16
(11) 1 Timoteo 1:19-20, 4:1-4
(12) 1 Pedro 2:9

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El comienzo de las diferencias

En el artículo anterior exploramos nueve razones por las que cabe esperar que en el mundo religioso abunden diversas doctrinas. Pero ¿cómo empezó la diversidad?  En realidad, antes de abordar esta pregunta tenemos que contestar otra aún más fundamental. En el primer artículo dijimos que a leer la Biblia, particularmente el Nuevo Testamento, nos quedamos con la impresión de que los escritores bíblicos estaban convencidos de que lo que escribían era doctrina de Dios. ¿Estaban en lo correcto o se equivocaron pensando que sus escritos comunicaban  doctrina verdadera? ¿Realmente se comunicó Dios con la Iglesia naciente o no hubo ninguna comunicación de su parte? ¿Hubo mandamientos y verdades verbalmente expresarles o fue la comunicación de Dios en la forma de algún tipo de sentimiento religioso individual en el corazón de cada creyente?

Estas preguntas son absolutamente fundamentales. De su respuesta depende todo lo que digamos a continuación. En esta serie sobre las doctrinas y la iglesia no tenemos espacio para desarrollar este tema con profundidad. Aquí simplemente vamos a asumir que Dios sí se comunicó, que sí hubo mandamientos y verdades expresas dadas a la iglesia primitiva. De no ser así, ninguna discusión sobre ningún asunto doctrinal, tendría sentido. En vez de doctrinas tendríamos que hablar de conveniencias, preferencias o tendencias. Pero, si a la iglesia primitiva se le enseñó una doctrina verdadera, ¿cómo, cuándo y dónde surgieron variantes significativamente diferentes de dicha doctrina?

Lea 1 Timoteo 4:1-5; 2 Timoteo 4:3-4; Hechos 20:28-30. Al poco tiempo de iniciada la iglesia, durante la primera y la segunda generación de creyentes, ya se veían surgir en los distintos puntos de influencia cristiana, errores y tendencias peligrosas que fueron la ocasión de severas advertencias por parte de los escritores bíblicos. Con el paso del tiempo estas tendencias y nuevos errores fueron tomando fuerza y dando forma a una iglesia que, aunque procede históricamente de la que iniciaron Jesús y sus apóstoles, es sumamente diferente. 

Uno de esos cambios tiene que ver con la organización de las iglesias. Cuando leemos el Nuevo testamento, nos damos cuenta de que la organización de las iglesias primitivas era muy sencilla. Mediante la proclamación del mensaje de Jesús, la iglesia que había empezado en Jerusalén, a principios de los años 30 d. C., había crecido exponencialmente y se había extendido por una basta zona del imperio romano, incluyendo Roma misma, la capital del imperio. ¿Qué tipo de organización tuvo aquella gran iglesia intercontinental?

Los últimos libros del Nuevo Testamento fueron escritos a mediados de los años 90 d. C., unos 60 años después de que se iniciara la iglesia en Jerusalén. Sin embargo, en ninguna parte del Nuevo Testamento se hace referencia alguna a ninguna institución terrenal que pudiera representar un gobierno central humano de la iglesia universal.

Lea Efesios 1:22 y Coloreases 1:18. Las cartas a los Efesios y los Colosenses fueron escritas alrededor del año 62 d. C. Para entonces ya había comunidades cristianas en todas las principales ciudades del imperio romano. ¿cómo se refiere Pablo a este creciente el número de creyentes diseminados en los extensos territorios dominados por Roma? Ellos son la iglesia, sin más ni menos. La iglesia no tiene nombre propio porque no hay nada que provenga de sus miembros que valga la pena distinguir o resaltar. Su único distintivo es su Fundador, Salvador y Gobernador: Cristo. ¿Qué significa esto en la práctica?

Veamos algunos ejemplos. La iglesia primitiva no es la Iglesia Romana porque lo que los distingue no es su lealtad a un imperio o a una nación, sino la fe que los une a Cristo. No es la iglesia Paulina en mi Petrina, porque Pablo y Pedro son simplemente siervos de Cristo, y no están en competencia el uno contra el otro. No es la iglesia carismática, porque la gloria no está en los carismas sino en aquel que los da, es decir Cristo. 

Lea Efesios  4:1-6. Para el apóstol Pablo no hay más que una iglesia. Hay una sola fe y una sola autoridad sobre  la iglesia universal la cual es Jesucristo. En cualquier parte del imperio, cualquier persona dispuesta a creer en la fe de Jesucristo es añadida por Cristo a la iglesia universal mediante un solo bautismo (Lea Hechos 2:47 y 1 Corintios 12:12-13). Todos los creyentes tienen la misma esperanza y el mismo Espíritu. Todos adoran al mismo Dios, a quien reconocen como Padre de todos, declarándose así hermanos los unos de los otros. Pero ¿cómo se organiza esta iglesia universal a nivel local? ¿Como practican los creyentes en sus respectivos lugares ser Pueblo Nuevo de Dios, Iglesia de Jesucristo?

En sus respectivas comunidades los cristianos se unen como familia novedosa de Dios bajo la dirección de un grupo de hombres a quienes llaman ancianos, obispos o pastores (Lea 1 Timoteo 3:15 y Tito 1:5, Hechos 20:28). Los ancianos no representan ningún poder arbitrario o autónomo. Su función es dirigir sus respectivas comunidades siguiendo las directrices de la única cabeza, que es Cristo (Lea 1 Pedro 5:1-2). Ninguno de ellos tiene supremacía sobre los demás, Ni ejerce autoridad sobre otras comunidades distintas a la suya, porque la única autoridad de la Iglesia es la de Cristo (Lea Mateo 28:18).

Esta práctica empezó a cambiar a partir del siglo II. Muy gradualmente, en las iglesias, uno de los ancianos empezó a ostentar más autoridad que los demás. Poco a poco la palabra "obispo" empezó a usarse de una manera exclusiva para designar a esta persona, a quien se le atribuía la autoridad máxima en la iglesia local. No olvidemos que bajo la dirección de Cristo en la iglesia del primer siglo las palabras obispo, anciano y pastor se referían intercambiablemente al mismo grupo de personas y la única autoridad máxima era Jesucristo.

En el año 325 d. C., en el llamado «concilio» de Nicea, convocado por el emperador Constantino, los obispos fueron reconocidos oficialmente y recibieron privilegios, prestigio y autoridad sobre las iglesias afiliadas a sus respectivos distritos metropolitanos, aunque se mantuvo la independencia de cada obispo en relación con otros y sus respectivos distritos. Como bien lo anota Justo González, el nuevo poder impartido los obispos "pronto los llevó a cometer actos de arrogancia y corrupción." (Ver «The Story of Christianity, Vol 1, de Justo L. Gonzalez) Con mucha razón los cristianos del primer siglo insistieron en su doctrina y su práctica sobre la necesidad de mantenerse fieles únicamente a la autoridad de Jesucristo. El deseo de poder y gloria han sido siempre grandes tentaciones para los seres humanos (Lea 3 Juan 1:9).

Durante los 250 años siguientes el prestigio y el poder de ciertos obispos fue aumentando significativamente. Diversos factores políticos, sociales y eclesiásticos contribuyeron para fomentar la jerarquía y la concentración del poder en los líderes religiosos. Así, los obispos de Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Roma se convirtieron en los líderes más prominentes de la iglesia. Al poco tiempo, surgieron diversas y enconadas luchas de poder entre los líderes de oriente y occidente. Realmente se estaban disputando el puesto de «Obispo universal». De hecho, ya en el año 190 d. C. el obispo Víctor de Roma, había pretendido el título de «Obispo Universal», pero las iglesias en aquel entonces no lo tomaron en cuenta. 

En el año 595 d. C. Juan IV de Constantinopla, pretendió ese título para la sede de Oriente. Sin embargo, Bonifacio III, obispo de Roma, dada la amistad que tenía con el emperador bizantino Flavio Focas Augusto logró que éste le concediera  por decreto en el año 606 d. C., en contra de Ciríaco, sucesor de Juan IV, el poder para ser "cabeza de todas las iglesias" y que el título de "Obispo Universal" designara exclusivamente al obispo de Roma (Ver el artículo en la Enciclopedia Católica). 

Así fue como paulatinamente surgió la Iglesia Católica con su formidable jerarquía. La palabra "católica" significa universal y las primeras veces que los cristianos la usaron querían decir la iglesia universal de Jesucristo. Sin embargo, ni la estructura jerárquica, ni muchas otras prácticas que caracterizan a la que hoy conocemos como la Iglesia Católica Romana, reflejan la doctrina y la práctica que encontramos en los escritos del Nuevo Testamento. Si bien la Iglesia Católica moderna surgió de un proceso histórico a partir de la iglesia del primer siglo, acerca de la cual habla la Biblia, tal iglesia es hoy sustancialmente diferente. El aparato jerárquico que la caracteriza no es una simple adaptación histórico-cultural necesaria. Al contrario, se aparta notablemente de la doctrina bíblica al sustituir el modelo de autoridad espiritual que enseñó Jesús por uno meramente humano y político.

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¿Porque tantas doctrinas diversas?

En el artículo pasado veíamos que la doctrina cristiana es el conjunto de enseñanzas que recibimos de Dios. Si Dios ha enseñado y si tenemos acceso a sus enseñanzas por medio de los escritos bíblicos, ¿por qué tan diversas religiones en el mundo y tantas iglesias cristianas diferentes? ¿Es que la doctrina de Dios es muy difícil, o que en materia de religión hay que conformarse con los gustos, preferencias y opiniones de cada quien? Este parece ser el punto de vista de muchas personas en nuestros días. De hecho hay incluso un creciente número de creyentes para quienes la doctrina es algo completamente secundario. Muchos prefieren no hablar de temas doctrinales porque suponen que las creencias religiosas no son nada más que puntos de vista muy personales de cada quien. ¿Pero realmente la fe pertenece el plano de las opiniones o es que los humanos somos propensos a errar? Lo cierto es que pensar con juicio y buscar con acierto la verdad no son tareas fáciles y hay varios factores que interfieren con nuestra búsqueda.

Lea 2 Tesalonicenses 2:10. ¿Cuál es aquí un factor clave para no caer en el error? El amor a la verdad. Para aprender hay que querer aprender. Hay que aceptar que uno no sabe y estar dispuesto a renunciar a la ignorancia. Con frecuencia nos entusiasmamos con la idea de aprender algo nuevo, un idioma por ejemplo, pero no tenemos suficiente interés para continuar estudiando hasta lograr realmente aprenderlo. Lo mismo pasa en materia de fe. Por una parte es difícil reconocer que no sabemos algo; y por otra, hay muchas cosas en nuestro presente inmediato que compiten por nuestro interés y solemos posponer la reflexión seria que supone la búsqueda de la verdad. Pero el problema puede ser más hondo que la simple falta de interés.

La superstición juega un papel importante. La superstición es fascinación por lo mágico. Es una forma simple de encontrar inmediatamente explicaciones y esperanzas sin tener que pensar en razones válidas para sustentarlas. El musulmán que escribe en el fondo de una tasa con tinta soluble un verso del Corán y que luego lo diluye en agua para tomárselo con el fin de alejar de si los malos espíritus o curarse un dolor de estómago ha optado por una creencia supersticiosa. Igual sucede con el cristiano que cierra los ojos, abre la Biblia y apunta con el índice en cualquier parte de la página con el fin de saber cuál es la voluntad de Dios para él en ese momento.

Hay ideas que nos vienen a la mente y que nos hacen sentir bien. En diciembre, la idea de una fábrica de juguetes en el polo Norte con duendes y un señor gordo vestido de rojo que el 24 surca los cielos en su carruaje tirado por venados para regalarle juguetes a los niños buenos se oye bonita y emocionante. Los niños emocionan y son felices con el cuento y muchos adultos lo siguen para no quitarles la emoción a los niños. Esto mismo puede pasar con muchas ideas religiosas. Nos hacen sentir bien y nos encariñamos con ellas. Luego se nos hace muy difícil dejarlas. Para encontrar la verdad hay que tener valor para cuestionar lo que creemos y renunciar a cualquier doctrina que no se pueda sustentar mediante una evidencia sólida. Creer una doctrina sin evidencias es como pretender dibujar el mapa de una ciudad que uno no conoce, encerrado en su cuarto, haciendo trazos con los ojos cerrados.

Por otra parte, evaluar la evidencia en pro o en contra de una doctrina tampoco es fácil. Hay que ser muy honesto. Las evidencias que acumulamos son los datos que nos permiten determinar la realidad de la doctrina. ¿Es verdadera o falsa? ¿Es de Dios o de los hombres? La realidad es lo que es, a pesar de lo que uno crea al respecto de ella. Sin embargo, comúnmente, como nos encariñamos con nuestras creencias, solemos solamente prestar atención a aquellos datos que confirman nuestra creencia, menospreciando los que la desmienten. Pero si queremos encontrar la verdad, debemos esforzarnos para ser imparciales a la hora de justipreciar las evidencias.

Lea Hechos 17:1-2. Para buscar la verdad, con frecuencia es necesario escuchar los argumentos de otros y articular los propios cuidadosamente. Argumentar no es pelear con insultos y arrogancia para defender la posición propia. Es buscar la evidencia que nos permita darle la razón a la verdad. Evadir el argumento es rechazar la ayuda que otros pueden ofrecernos en la búsqueda de la verdad. Desafortunadamente lo que a menudo sucede es una de dos cosas: o argumentamos irracionalmente con el fin de mantener a toda costa nuestra posición propia, o evadimos por completo el debate, encerrándonos inevitablemente en nuestras propias creencias, sean estas verdaderas o no.

Otro factor importante a tomar en cuenta es que todos somos falibles. Las mentes más brillantes han cometido errores en sus razonamientos y se han encontrado con los límites de sus propias conclusiones. Por miles de años personas muy brillantes pensaron que la tierra era plana. Los físicos más sobresalientes de la antigua Grecia no podían explicar el movimiento de los planetas alrededor del sol. Es claro, pues, que para buscar la verdad es necesario ser humildes. Ser humilde significa estar dispuestos a reconocer las fallas propias y a corregirlas de inmediato. El problema es que la humildad no es una virtud innata, espontánea y automática en los humanos. Hay que cultivarla.

Lea Juan 8:31-32. Para encontrar la verdad es necesario permanecer. Permanecer significa insistir en la búsqueda día con día. Es aprender permanentemente. Implica ocuparse en el estudio y la investigación. Una persona que no estudia ni es consistente suele cambiar fácilmente el significado de las escrituras. Lea 2 Pedro 3:15-16.

La tradición es otro factor que influye en la prevalencia de distintas creencias religiosas. La tradición es el resultado de prácticas, costumbres y creencias que se arraigan con el tiempo en una comunidad. Lea Mateo 15:1-9. Con frecuencia las tradiciones se convierten en verdades indiscutibles. Así por ejemplo, según una tradición musulmana, Mahoma fue llevado al cielo por el ángel Gabriel y allí Dios le dio instrucciones sobre cómo deberían los hombres adorarle. Alá exigió que hicieran rituales de oración 50 veces al día. Moisés, quién habita en el sexto cielo, le preguntó a Mahoma que le había dicho Alá. Cuando Mahoma le contó que había pedido rituales de oración 50 veces al día, Moisés le dijo que eso era una carga demasiado grande para los hombres y lo convenció de que regresara a Alá y negociará requisitos menos gravosos. Esto sucedió cinco veces, después de las cuales Alá accedió a que sólo se practicaran cinco rituales al día. Moisés pensó que eso todavía era mucha carga, pero a Mahoma le dio vergüenza volver a regatear con Alá. Igual que los musulmanes, los cristianos también han acumulado un gran número de tradiciones en las que muchos creen sin pensarlo dos veces. Tenemos, por ejemplo, las múltiples apariciones de santos y vírgenes, como es el caso de la aparición de la virgen de Guadalupe al indio Juan Diego.

Finalmente lea Romanos 1:18-23. según el apóstol Pablo el problema empieza con la injusticia y la impiedad que caracteriza la raza humana. No estamos contentos con la idea de un Dios soberano que dirija nuestra vida. Añoramos pensar y actuar independientemente. Nos emociona la idea de creer que sabemos cosas. No amamos a Dios lo suficiente como para dedicar nuestra mente y corazón a conocerle y a saber su voluntad con el fin de ponerla por obra. Por consiguiente, no debe extrañarnos que cada día aumente más el número de religiones, sectas, denominaciones y cultos religiosos por todo el mundo.

¿De donde, pues, surge toda esa diversidad? Estos son los factores que hemos mencionado en este artículo. La diversidad de creencias proviene de:

  1. La falta de amor y compromiso con la verdad.
  2. La facilidad con que muchos tercian por la superstición.
  3. El apego nuestros sentimientos agradables aunque procedan del error.
  4. La indisciplina a la hora de acumular y sopesar evidencias que sostengan o desmientan lo que creemos.
  5. Rehusar el buen diálogo.
  6. La falta de humildad.
  7. La falta de consistencia y estudio.
  8. Mantener prácticas y costumbres tradicionales de nuestras respectivas comunidades sin plantearnos ningún cuestionamiento.
  9. Rechazar la autoridad de Dios.
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Las doctrinas y la iglesia

A veces oímos personas que dicen cosas así como: "háblame de Dios pero no me hables de doctrina", o "leo la Biblia pero no me gusta hablar de doctrina", o incluso "hablemos del Evangelio, pero no de doctrina" ¿Que quieren decir estas frases? ¿Son correctas o no? ¿Tienen sentido? ¿Por qué? ¿Existe alguna relación entre la doctrina y la Iglesia? ¿Puede haber iglesia sin doctrina? En los próximos vídeos vamos a considerar estas preguntas a fondo.

Empecemos diciendo que la palabra doctrina viene del griego διδαχή  (didaché) que sencillamente significa enseñanza. En su sentido más original doctrina no es otra cosa que enseñanza. Sin embargo en su uso regular la palabra puede tener varias acepciones. Esto puede dar lugar a confusiones.

El diccionario de la Real Academia Española, por ejemplo, nos da varios significados. Primero dice que «doctrina» es una enseñanza que se da para la instrucción de alguien. «Doctrina» también puede ser una norma científica o un paradigma. Además, la palabra «doctrina» se puede usar para referirse a un conjunto de ideas religiosas, filosóficas o políticas sustentadas por una persona o un grupo de personas. Por otra parte, muchas veces cuando se dice, por ejemplo, que un niño va a la doctrina, se da a entender que va a una clase donde le enseñan el catecismo. Como podemos ver, cuando usamos la palabra «doctrina» tenemos que tener en claro qué es lo que queremos decir. Veamos el siguiente ejemplo.

Alguien me dice: «Quiero que leamos la Biblia, pero no hablemos de doctrina.» ¿Qué me quieren decir? Puedo entender la frase en dos sentidos:

(1) Quiero leer la Biblia pero no quiero que traten de inculcarme las opiniones o creencias de ningún grupo religioso.

(2) Quiero leer la Biblia pero no quiero que me enseñen nada.

Respecto al primer punto estoy totalmente de acuerdo. Debemos leer la Biblia con frescura, no con el propósito de apoyar una ideología. Con el segundo punto no puedo estar de acuerdo porque la Biblia es un libro de enseñanzas. Si la leemos, es para aprender.

¿Por qué la palabra «doctrina» genera confusiones y en muchos casos sentimientos negativos? Lo que pasa es que durante los 2000 años de existencia del cristianismo las opiniones y creencias de diversos líderes religiosos se han convertido en doctrinas oficiales de distintas iglesias, no pocas veces generando profundas enemistades y hasta guerras cruentas. Así pues, hoy por hoy, cuando alguien habla de doctrina, uno puede suponer que se está refiriendo al credo particular de alguna iglesia. Puesto que se han presentado tantas discusiones amargas y tantas enemistades por causa de la religión, no es extraño que muchos sientan una fuerte aversión hacia la palabra "doctrina".

Éste fenómeno no es nada nuevo. Lea Mateo 16:5-12. Después de que los discípulos dudaron y cavilaron un rato, por fin entendieron, según nos dice el verso 12, que el Maestro les había dicho que se guardasen de la doctrina de los fariseos y los saduceos. ¿Qué es la doctrina de los saduceos y los fariseos? Obviamente se trata del conjunto de enseñanzas y tradiciones que estos dos grupos de maestros pertenecientes a la religión judía habían venido acumulando de generación en generación. 

¿Porqué les dijo Jesús a sus discípulos que se guardasen de la doctrina de los fariseos y los saduceos? Claramente Jesús pensaba que esa doctrina era errónea y que le hacía daño a la gente. Según la metáfora que Jesús usó, una mala doctrina puede llegar a contaminar todo un grupo así como la levadura leuda toda la masa. Tal vez con un poquito de reflexión todos podemos mencionar ejemplos de cómo ciertas doctrinas políticas, filosóficas, sociales o religiosas han dañado grupos sociales enteros con consecuencias tristemente lamentables. 

Jesús tenía razón. Uno debe ser cauteloso con relación a las doctrinas que aprende o propaga. ¿Pero qué alternativa presentó Jesús? Hoy en día hay muchas personas que quieren tener fe en Dios, y hasta en Jesús, pero sin comprometerse con ninguna doctrina. ¿Era eso lo que Jesús le estaba diciendo a sus discípulos en el primer siglo? ¿Acaso les estaba pidiendo que tuvieran una fe sentimental, subjetiva, sin ningún contenido? ¿Acaso es esa la mejor manera de vivir nuestra fe en Dios? A decir verdad, esto es una forma de doctrina o enseñanza muy común en muchos círculos modernos. Uno oye decir cosas como: "El que salva es Jesús, no la doctrina." O "no importa la iglesia que vayas con tal que creas en Jesús." ¿Fue esto lo que Jesús le enseñó a sus discípulos cuando estuvo en la tierra? En realidad, no.

Jesús era un Maestro. Durante su vida terrenal él compartió su enseñanza con sus discípulos. Él consideró que sus palabras eran autoritativas en contraste con las enseñanzas de sus oponentes. Por consiguiente enseñó a sus discipulos que guardaran su doctrina o enseñanza sin mezclarla con la doctrina de los fariseos y saduceos. Lea Mateo 7:24-29, 22:23-33, Marcos 7:1-7

Otra idea muy frecuente en nuestros días es que la doctrina y el amor son incompatibles. Oímos decir que la base de la unidad debe ser el amor y no la doctrina. Esta afirmación es muy ambigua y por consiguiente peligrosa. ¿Qué significa? ¿Que debemos dejar a un lado las enseñanzas de la Biblia y sustentar nuestra convivencia de fe en los afectos que podamos sentir los unos para con los otros? ¿O que debemos ser leales con nuestro Maestro y nuestros condiscípulos, aprendiendo cada día  ser pacientes, tolerantes y considerados los unos con otros?

Hay mucha diferencia entre estas dos posturas. La primera implica que el sentimiento manda. No hay que pensar, sólo amar. Pero el amor es sólo un sentir positivo hacia el otro.  Para mantener el afecto hay que renunciar a la doctrina.

Esta incompatibilidad es totalmente extraña en la Biblia. Es más bien el resultado de una forma moderna de pensar en la que los sentimientos de cada individuo son lo más importante.

Lea Juan 14:15. Amar a Jesús, conocer sus mandamientos, y cumplirlos no son cosas incompatibles. Al contrario, el deseo de aprender de Jesús y de poner en práctica sus enseñanzas es la expresión más verdadera del amor que le profesamos. Tal parece que Jesús está más interesado en que aprendamos sus mandamientos y los hagamos que en que nos emocionemos con la idea de que lo amamos mucho. Amar aquí es ser leales a Jesús, sus propósitos y sus enseñanzas.

Lea Efesios 4:15. Para el apóstol Pablo el amor y la verdad no son incompatibles. Todo lo contrario, buscar la verdad, aprender la verdad, hablar la verdad son actos de amor verdadero. Enseñar mentira o ser indiferente frente al error son actos contrarios al amor por qué el que así actúa no mide las consecuencias que una doctrina falsa puede tener en la comunidad de discípulos.

Lea 1 Pedro 3:15. Tener convicciones firmes y estar dispuestos a defenderlas no conduce necesariamente a peleas amargas y enemistades largas. El verdadero discípulo de Cristo debe saber presentar sus razones con toda mansedumbre y reverencia. Los pleitos y los insultos no son el resultado de la doctrina de Cristo, sino de nuestra soberbia y egoísmo. No hay que eliminar la doctrina. Hay que eliminar la soberbia.

Lea Apocalipsis 1:18 - 29. Aunque la iglesia en Tiatira tenía mucho amor, mucha fe, hacía muchas obras, era muy servicial y tenía mucha paciencia, Jesús la recriminó por tolerar la enseñanza de doctrinas falsas y extremadamente peligrosas en su seno.

Finalmente lea Judas 3. El escritor alienta sus lectores a luchar vehementemente por la fe que Dios les dio una vez y para siempre.

El tema de la doctrina y la iglesia ha generado grandes controversias a lo largo del tiempo. Muchos creyentes hoy están optando por minimizar al máximo este asunto. La única esperanza que ven es conformarse con el sentimiento religioso personal: Sentir a Dios, ser tolerante y acogedor y renunciar a cualquier búsqueda real de la verdad en términos doctrinales. Con frecuencia oímos decir que la verdad es Jesús, una persona y no una doctrina. Por elegante y llamativa que sea esta afirmación, lo cierto es que es ambigua e incierta. Al final libera a cada individuo para que crea lo que quiere y se forme la imagen que quiera de Jesús. Esta expectativa de libertad total de los individuos en todos los ámbitos de su existencia buscando su propia realización en el mercado libre es muy común en nuestra sociedad. Pero no así en los tiempos bíblicos.

En la Biblia encontramos otros parámetros. Escribiendo muchos  años antes del auge moderno del individualismo y el subjetivismo, los escritores bíblicos asumieron que la doctrina verdadera es el conjunto de enseñanzas provenientes de Dios y escribieron sus libros y sus cartas convencidos de que eran afines a dichas doctrinas y de  que lo hacían con el fin de comunicarlas. En esta serie sobre «Las doctrinas y la iglesia» exploraremos el surgimiento de diversas doctrinas religiosas tradicionales y hablaremos de las enseñanzas que ofrece la Biblia sobre los temas más sobresalientes que tiene que ver con nuestra relación con Dios. Síganos y siéntase libre para dejas sus comentarios.

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Mitos Navideños

La narrativa bíblica relacionada con el nacimiento de Cristo se nos presenta como el comienzo del clímax de la historia, el principio del fin. Es la intervención divina definitiva y final tras una larga sucesión de acontecimientos que comienza con el trágico giro de rebeldía que condujo a la humanidad hacia la maldad y la muerte. Dios se hizo hombre para redimir con su gracia a sus criaturas irremediablemente perdidas en el egoísmo. El nacimiento de Jesús y los sucesos que siguieron en su vida se insertaron en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, no fueron meros sucesos históricos. Siendo parte de la historia y del espacio, son sucesos eternos y trascendentes. Jesús redime la historia pasada y futura. Su vida espacio-temporal se extiende hacia atrás y hacia adelante en la linea del tiempo y llena verticalmente todos los espacios arriba y abajo.

La historia del nacimiento de Jesús es corta y sencilla pero los pocos detalles puntualizan las verdades centrales.

«En esos días el emperador Augusto ordenó que se levantara un censo de todo el mundo habitado. Este primer censo se levantó cuando Cirenio era el gobernador de Siria. Por lo tanto, cada uno tenía que ir a inscribirse a su propio pueblo.

Entonces José también salió del pueblo de Nazaret de Galilea. Se fue a Judea, a Belén, al pueblo del rey David, porque era descendiente de él. Se registró con María, quien estaba comprometida con él. Ella estaba embarazada y 6 mientras estaban allí, llegó el momento de que diera a luz. Al nacer su hijo primogénito, lo envolvió en retazos de tela y lo acostó en el establo, porque no había ningún lugar para ellos en el cuarto de huéspedes» (Luchas 2:1-4).

La narración nos presenta las coordenadas del tiempo y del espacio. Lucas afirma de este modo que está narrando un acontecimiento plenamente histórico. No es algo que pasa, como en los cuentos de hadas, en un sitio indefinido o inaccesible y en algún momento impreciso que crea la imaginación de un escritor. No tenemos una indicación de la hora y la fecha exacta del nacimiento, porque obviamente ese dato no tuvo ninguna importancia en la narrativa de la iglesia primitiva. Lo importante es que había llegado a la tierra un Salvador que es escogido y ungido para ser Señor. Él es el Señor que pone fin a todos los señoríos injustos y corruptos que marcan la historia de falsedad y complicidad satánica que inició Adán en contra de las intenciones de Dios. Lucas remarca este hecho, mediante la narración del anuncio angelical a los pastores en los versos 8-15. Mateo, simplemente cita escuetamente la antigua profecía de Isaías:

«La virgen quedará embarazada y tendrá un hijo
 que será llamado Emanuel» (Mateo 1:23).

 Definitivamente, el nacimiento de Jesús marca el comienzo de una nueva era: el último acto en la narrativa de Dios. Cómo dijera el apóstol Pablo, «nos han alcanzado los últimos tiempos». El llamamiento a seguir a Cristo es una invitación a vivir la nueva historia en la cual, por medio de un hombre, Jesús, tenemos la posibilidad totalmente cierta de triunfar sobre todos nuestros enemigos, incluyendo la muerte.

Por estas épocas, en contraste con la narrativa bíblica, nos encontramos con frecuencia con los mitos navideños.

El cuento navideño que se repite año tras año en muchas partes del mundo no es denuncia de la corrupción de la historia de Adán, ni anuncio de su caducidad y fin certero. Al contrario es una narración que invita a repetir cíclicamente la misma historia. No contiene ninguna novedad. Tuvo su origen al mezclar la narrativa del evangelio con las fiestas de la estaciones que se repiten cada 365 días. El cuento valida los poderes e instituciones establecidas en los reinos del mundo. Llegó a ser parte de las celebraciones de la iglesia sólo cuando ésta se había aliado con el imperio, prestándole justificación religiosa. Por eso corresponde a los antiguos festejos invernales y los motivos navideños se adornan con monitos y copitos de nieve sin importar si el lugar de la tierra donde se festeja nunca cae nieve. En sus primeros años de existencia, bajo la pauta profética de los apóstoles la iglesia no festejó la navidad.

En contraste con la simpleza y precisión del relato del Nuevo Testamento, los cuentos de la navidad van acompañados de muchos mitos que sostienen con falsedades la historia de la rebeldía humana. Los siguientes son algunos ejemplos.

  1. Existe un personaje ricachón que vuela por los aires en un trineo halado por venados voladores llevando regalos a todos los niños que se han portado bien… entiéndase, los niños que mejor representan la avaricia del mundo, porque los pobres no reciben nada y aprenden desde bebés por medio del mito que son malos e inferiores a los demás y que por lo tanto merecen su pobreza. 
  2. El personaje ricachón, su mujer y un montón de duendes verdes viven en el polo norte y se dedican a fabricar juguetes para los niños buenos. ¿Será que viven en el polo norte, porque el mito quiere perpetuar la idea de que el hemisferio norte es el escogido y favorecido por Dios?
  3. La fantasía y la magia son el único refugio para contemplar la belleza y el poder bondadoso. Es saludable y beneficioso dirigir la mirada hacia lo mágico y fantástico en lugar enfocar nuestra atención en la realidad. El nacimiento de Cristo es una invitación a mirar y admitir nuestra verdadera realidad.
  4. La felicidad depende de la abundancia de las cosas que poseemos. Entre más regalos debajo del árbol mayor la felicidad.
  5. La unidad y la armonía familiar puede lograrse con fiestas y tradiciones repetitivas. Quizás el mito quiere convencernos de que tenemos que contentarnos con tener una cena familiar navideña con lindos motivos familiares, para dedicarnos luego por el resto del año a producir riquezas en honor a «mammón». 
  6. Todo lo que Dios espera de nosotros son momentos y frases piadosos. Lo que realmente cuenta es el poder y la riqueza, pero podemos dedicar ciertas fechas del año y ciertos momentos en nuestra vida para venerar a Dios, por si acaso después de muertos tenemos que vérnosla con Él.

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