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Los problemas cuando tenemos un problema

Reconocemos abiertamente que tenemos problemas. Todo el mundo tiene problemas y nosotros no somos la excepción. Algunos problemas se resuelven fácilmente. Otros son difíciles. También hay problemas que no podemos resolver nosotros mismos. Frente a ellos tenemos que reconocer nuestra impotencia y buscar la ayuda de un Poder Superior y el acompañamiento solidario de otros. Todos tienen problemas que no pueden resolver por sí mismos. La Biblia insiste en que, de una manera u otro, todos hemos errado el blanco y no vivimos el proyecto de vida pleno, para el cual hemos sido diseñados por Dios (Romanos 3:23)  Además sabemos que hay problemas de largo plazo, que quizás nunca se resuelvan en nuestra vida, y que sólo tienen sentido en el marco de una esperanza más allá de nosotros y de nuestro propio tiempo.

Enfrentar adecuadamente los problemas que se nos presentan es crucial. Cuando no encaramos bien nuestros problemas el daño puede ser mucho mayor. Las consecuencias de un mal manejo de los problemas son con frecuencia más graves que las consecuencias del problema original. Si no abordamos correctamente nuestros problemas, podemos hacernos mucho daño emocional, espiritual y aún físicamente, dejándonos grandes vacíos existenciales. Además podemos hacerle mucho daño a otras personas como a nuestros hijos, nuestra pareja, a familiares, amigos y conocidos. El alcance y los efectos de nuestros problemas y del manejo que hacemos de ellos puede ser realmente incendiario y trascender incluso a otras generaciones. 

La solución de los problemas implica un proceso. El proceso, si lo manejamos bien, suele ser beneficioso y nos enriquece mucho. Sin embargo, cuando estamos sufriendo por un problema doloroso, la necesidad urgente de alivio puede llevarnos a buscar impulsiva e irreflexivamente soluciones rápidas. Para nosotros es mucho más importante calmar el dolor que resolver adecuadamente el problema y beneficiarnos a largo plazo del proceso. Con frecuencia queremos resultados rápidos. Por eso a menudo nos enfrentamos a nuestros problemas de manera equivocada. Los siguientes son algunos de los errores que comentemos.

  1. Evadimos el problema. Sencillamente no hacemos ni decimos nada. Esperamos que el problema desaparezca por sí solo. Nos hacemos los desentendidos y pretendemos que todo marcha bien. Con frecuencia esto sucede cuando pensamos que el problema no es tan grave y que la incomodidad que sentimos no es insoportable. Por otra parte, evitamos confrontar el problema porque queremos evitar el malestar que esto implica. De hecho, este puede ser en sí un defecto de carácter serio, cuando descubrimos que estamos acostumbrados a posponer decisiones y acciones que nos causan alguna incomodidad. Pero los problemas no se arreglan solos y generalmente crecen y se acumulan. Optar por evadir los problemas pequeños, regularmente resulta en un problema mucho mayor y más difícil de resolver.
  2. Alimentamos el deseo de venganza. Si el problema que tenemos involucra a otro u otros que nos han ofendido, cómo sucede frecuentemente, somos tentados a enfrascarnos en la ira, el resentimiento y el deseo de venganza. Pasamos largas horas pensando en como vengarnos y en el proceso nos amargamos. Puede que incluso hagamos cosas, grandes o pequeñas, para llevar a cabo la venganza. La venganza puede ir desde un chisme hasta un crimen. De todos modos estas acciones pueden traer consecuencias mucho más graves a largo plazo. Puede ser que con el paso del tiempo cosechemos frutos muy amargos.
  3. Nos damos por vencidos. Nos derrotamos. Nos dejamos llevar por la desilusión. Se nos quitan las ganas de seguir luchando. Decidimos que todo se ha terminado y no queremos ni siquiera pensar en una posible solución provechosa. Concluimos en nuestros pensamientos que todo está perdido y nos resignamos a sobrevivir en la mediocridad. Perdemos los sueños y la esperanza. Es obvio que estas actitudes nos hace mucho mal. No solamente pueden afectar las áreas afectadas directamente por el problema, sino que usualmente trascienden a otros aspectos de nuestra vida, menguando nuestra calidad de vida y nuestro potencial.
  4. Huimos del problema. Decidimos alejarnos emocional, mental o físicamente de él. Puede que nos mudemos de ciudad o que simplemente nos aislemos emocionalmente del problema. Puede que optemos por medicarnos para aliviar las penas. Los medicamentos de nuestra preferencia pueden ir desde fármacos comprados en la droguería hasta drogas como el alcohol u otras substancias adictivas. También podemos medicarnos mediante procesos adictivos como son el exceso de trabajo, la internet, el juego, las conquistas amorosas y muchas otras formas de distraer la mente y evitar el dolor.
  5. Asumimos una actitud de víctima. Nos sentimos incapaces de enfrentar nuestro problema y en vez de acudir a un Ser Superior, buscamos complacer a nuestro agresor o agresores para tratar de que no nos agradan más. Buscamos agradar a otros con el fin de ganarnos su aprobación. Adoptamos una actitud de sumisión servil y temerosa. Nos rendimos y soportamos en silencio los sufrimientos y agresiones. Para sobrellevar el sufrimiento nos escapamos de la realidad y nos llenamos de fantasías e ideas de grandiosidad o aprendemos a ser insensibles al dolor. 
  6. Nos encerramos en nosotros mismos. Rumiamos en silencio una y otra vez nuestras historias para seguir sintiendo el dolor, como si eso de alguna manera pudiera validar nuestra posición. Le damos vueltas y más vueltas a la película. Poco a poco nos vamos hundiendo en depresión. Nos dan ganas de quedarnos en la cama todo el día y nos va ganando la idea de que la vida no tiene propósito ni sentido. Podemos pensar en el suicidio. 
  7. Nos conmiseración con otros. Buscar afanosamente a otros que nos escuchen, nos consuelen, nos comprendan y confirmen que somos «las personas más desdichadas del mundo». Queremos oír que nos digan «¡pobre!», que nos den la razón, y que corroboren que la vida ha sido demasiado injusta con nosotros. Involucramos en este proceso a personas que no debemos involucrar como son: nuestros hijos, amigos cercanos, familiares, o extraños que no sabrán apoyarnos ni guardar nuestras confidencias. En realidad vamos buscando en cada relación otro paño de lágrimas que facilite el escapismo de nuestra conmiseración. 
  8. Nos sentimos inseguros e indecisos. Perdemos la dirección de nuestra vida y nos volvemos como niños vacilantes o como olas del mar llevadas por diversos vientos. Buscamos consejos de personas poco informadas, abrazamos las propuestas de una y otra religión, acudimos a brujos, espiritistas, videntes y gurús con la esperanza de saber qué hacer. Saltamos de un comportamiento a otro erráticamente siguiendo las recomendaciones que nos parecen más adecuadas a nuestros deseos y sentimientos. Hacemos esto sin pensar ni evaluar realmente la validez de las recomendaciones que recibimos.
  9. Nos escondemos. Tratamos de encubrir el problema. Nos empeñamos en guardar el secreto y mantener las apariencias. Creamos caretas, como Adán y Eva en el relato bíblico crearon vestuarios de hojas, para disimular el problema. Los secretos a la postre nos hacen daño. Resquebrajan las relaciones. Se transmiten de persona a persona o de generación a generación en una forma silenciosa, subconsciente, sin que podamos detectar o evaluar su influencia. Además, el encubrimiento crea grandes presiones que afectan significativamente nuestra estabilidad emocional e incluso nuestra salud física.
  10. Cómo lo hicieron Adán y Eva en el relato bíblico, le echamos la culpa a otro u otros. Estos pueden ser nuestros padres, nuestros cónyuges, nuestros hijos, la sociedad, el gobierno, o incluso el diablo. Pensamos que trasladando la culpabilidad a terceros mantenemos de alguna manera nuestro honor y respeto. En el proceso dejamos de abordar el problema real y éste crece. Además nos aislamos de otros y creamos barreras innecesarias con las personas a quienes les echamos la culpa.
  11. Negamos que tenemos un problema. Nos aferramos a la idea de hay mucha gente que vive como nosotros y que estamos en completo control de nuestra vida. La negación puede ir desde la indiferencia frente a la situación que atravesamos hasta el completo descaro, pasando por la soberbia.
  12. Racionalizamos. Buscamos explicaciones convenientes para aminorar la gravedad del problema. Nos comparamos con otros para sentir que nuestra situación no es tan grave. Encontramos excusas convenientes que alivian nuestros sentimientos de culpabilidad.
  13. Buscamos compensar nuestros errores haciendo buenas acciones. Nos envolvemos en proyectos y cosas que creemos pueden equilibrar nuestros sentimientos desagradables.
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