Lamento del Salmo 143

1

Señor, escucha mi oración, atiende mis ruegos;

respóndeme por tu lealtad, por tu justicia.

No lleves a tu siervo al tribunal,

porque ante ti nadie es justo.

Señor, venimos suplicantes porque no tenemos nadie más a quien ir. Reconocemos nuestra vulnerabilidad y pequeñez. Somos carne débil. Estamos expuestos a enfermedades, accidentes y violencia. No somos más que polvo. Socialmente también somos impotentes y no podemos defender nuestros derechos. Estamos constantemente expuestos a atropellos y males que abundan en nuestra sociedad. Moralmente también hemos sido débiles. Ante tu rectitud y pureza, reconocemos humildemente que hemos sido malos. Tu luz descubre todos nuestros pecados: las cosas malas que hemos hecho, lo bueno que hemos dejado de hacer, nuestras actitudes contrarias a tu bondad, y nuestro vergonzoso desamor que tantas veces te ha fallado y ha deshonrado tu santo nombre. 

Por esta razón te rogamos que no nos lleves a juicio. No tomes en cuenta nuestros pecados cuando imploramos tu ayuda, fortaleza y consuelo. Míranos con misericordia y acuérdate de tus propósitos y de tus promesas. No nos creaste para la vergüenza y la condenación. Prometiste acudir a nuestro socorro y perdonar nuestras maldades por la sangre que tu Hijo derramó en la cruz por nosotros. Míranos con ese amor con que nos amaste al entregar a tu hijo al suplicio por salvarnos. Atiende a nuestros ruegos por causa de tus gloriosos propósitos y de tu gracia inmensa. No oramos a ti esperanzados en nuestra propia justicia a bondad. No han nada en nosotros, digno de ti, que podamos ofrecerte. Solo invocamos tu fidelidad y tu compasión.

El enemigo me persigue,

tira por tierra mi vida;

en las tinieblas me hace morar

como a los que ya han muerto.

Mi ánimo desfallece,

mi corazón se estremece.

Hay tanta violencia en nuestros pueblos. Hay tanto dolor. Hay odio por todas partes. Niños, muchachos, hombres y mujeres matan con absoluta frialdad. Para ellos la vida humana no vale nada. Matan a sus semejantes como si mataran un insecto. Son gente desalmada. Algunos de ellos son personas que sufrieron abusos indescriptibles desde que eran niños. Perdieron toda sensibilidad y se entregaron de cuerpo y alma a la maldad. Otros adoran con tanta devoción el dinero y el poder que no vacilan un instante para hacer el mal, con tal de conseguir sus fines. Se están levantando hombres y mujeres horriblemente egoístas. Mienten, roban, defraudan y no les tiembla la mano para despojar a otros, quitándoles hasta la vida si lo ven preciso. Se llenan de orgullo y autosuficiencia cuando hacen el mal. 

Tú eres el único que nos da aliento. Si no fuera por daríamos por perdida nuestra vida. Cuando dejamos de pensar en tus promesas sentimos que no hay ninguna luz de esperanza. El mundo que nos rodea es tenebrosamente oscuro. Es como si estuviéramos ya, enterrados vivos, en una fosa negra. Vacilamos en cada paso que damos. Es como si en cada día nos esperara la muerte o como si cada día nos sorprendiera el horror, el luto y la tristeza. 

Nos sentimos vacíos por dentro, terriblemente solos y abandonados. Nos embarga la tristeza. De verdad, si no tuviéramos nuestra fe puesta en ti y en tus promesas, nuestra vida quedaría completamente devastada. Nuestro espíritu sucumbiría ante tanta maldad, indiferencia, crueldad e injusticia. Perderíamos el aliento y no tendríamos ánimo para nada más. Nuestra existencia sería amarga hasta la muerte. 

Recuerdo los días de antaño,

medito en todas tus acciones,

reflexiono sobre la obra de tus manos.

Han sido tantas las maravillas que has hecho. Tus actos con los que has redimido y mantenido a tu pueblo son asombrosos. Sabemos que vives y que eres poderoso. Gracias por todo lo que has hecho por nosotros los humanos y por tu pueblo que cree en ti. Recordar e imaginar tus proezas salvadoras es beber agua fresca en el desierto. ¡Cuántas veces haz rescatado al pobre de las garras de sus enemigos avaros! ¡Cómo liberaste a tu pueblo de los verdugos egipcios! ¡Como sanaste a los enfermos que llegaron a los pies de Jesús y cómo diste vida a los muertos de los dolientes que lo miraron suplicantes! ¡Cuan cierto e inmenso es tu amor cuando te vemos sufriendo y sangrando en la cruz! ¡Cuantas veces has llegado a nuestra vida cuando te hemos necesitado! En cada uno de nosotros has hecho maravillas. Has contestado nuestras oraciones. Has llenado de paz y seguridad nuestros corazones y nos has hecho sentir tu poderosa presencia al lado nuestro. Por eso es que todavía estamos en pie y que acudimos a ti con todos nuestros ruegos.

Extiendo hacia ti mis manos,

soy ante ti como tierra reseca.

Señor, respóndeme pronto,

que mi vida se agota.

¡No me ocultes tu rostro,

que no sea yo como los muertos!

Nuestro corazón es un desierto, reseco y quebrado. Sentimos una tremenda sed de ti. Necesitamos oír tu voz, sentir tu pureza refrescante y saciar con tu presencia nuestra sed. Es tanta nuestra sed de ti, que cuando te sentimos lejos se nos agota la vida. Acércate, muéstrate a nosotros, porque tú eres nuestra vida. No tardes tu respuesta. Es bueno para nosotros que sintamos tu ausencia, pues con facilidad nos acostumbramos a tu presencia y luego la desestimamos. Recordamos cuando te sentíamos muy cercano y te alabábamos con tanta alegría. ¿En qué momento se nos hizo costumbre cantarte? ¿A que hora nos volvimos diferentes frente a tus dones que nos das todos los días? Fuimos como hijos que se cansaron de sus padres y les dieron la espalda. Ahora te sentimos lejos y extrañamos tus palabras y tu andar misterioso entre nosotros.

Anúnciame tu amor por la mañana,

que en ti confío;

enséñame qué senda he de seguir,

que a ti te anhelo.

Tu ausencia es una noche larga y tenebrosa. Rogar y no tener respuesta es como tener los ojos abiertos en la oscuridad impenetrable. Saber que nos amas en la fidelidad de tu pacto es como un amanecer glorioso. Nuestra confianza está puesta en tu promesa. Sabemos que no nos abandonarás. Queremos ver la luz de tu amanecer al lado nuestro. Te entregamos a ti nuestra alma con todos sus deseos. Muéstranos el camino, alumbra nuestros pasos para que no andemos más tropezando en la oscuridad. 

Señor, líbrame de mis rivales,

que a ti me acojo.

10 

Enséñame a hacer tu voluntad,

que tú eres mi Dios;

que tu buen espíritu me lleve

por una tierra llana.

Guárdanos de la tentación y del maligno. Líbranos de los que nos quieren hacer daño. Si tú no acudes a socorrernos, ¿quién más podrá librarnos de las insidias de tus enemigos? Hay gente que no le gusta el bien. Hay seres que odian la verdad y la justicia. Devorarán a todos. Impondrá sus malvados pensamientos sobre en todas las naciones. Despojarán a los pobres y nos quitarán la libertad. Nos acosarán y nos maltratarán hasta exterminarnos. Nadie más que tú puede socorrernos. 

Enséñanos a vivir con prudencia entre las víboras. Que nos nos engañe el mundo con sus deseos vanos. Que queramos hacer únicamente tu voluntad. The eres verdadero Dios. Nada ni nadie en el mundo puede ocupar tu lugar. Llénanos de tu Espíritu. Ponemos nuestra vida y nuestra voluntad al cuidado de ti. En este mundo tan lleno de trampas mortales y tropiezos no queremos andar con nuestra propia sabiduría ni hacer la voluntad de nuestros caprichos. Sólo si nos guía tu Espíritu iremos seguros, como en terreno plano y limpio.  

11 

Señor, por tu nombre, dame vida,

por tu justicia, sácame de la angustia.

12 

Por tu amor, destruye a mis enemigos,

haz perecer a cuantos me hostigan

porque yo soy tu siervo.

Sólo tú puede llenarnos de vitalidad y esperanza. Sólo tu puedes restaurarnos y reavivar nuestro espíritu. Llénanos de tu vida poderosa y fructífera. No te lo pedimos por méritos propios, sino por tu justicia eterna. Haz que brille tu justicia y tu verdad por sobre todas las cosas. Líbranos de la angustia. Elimina a tus enemigos de la faz de la tierra. Que no prosperen los que siguen la mentira y la injusticia. Pon un alto a los altivos que quieren destruir a los demás. Nosotros somos tus siervos. Hemos sido siervos inútiles. Muchas veces hemos defraudado tus propósitos, pero tu has sido grande y nos has dado una y otra oportunidad. Tu sabes que queremos servirte. Limpia nuestro corazón para que podamos hacerlo con toda sinceridad y sin egoísmos. Gracias por poner en nosotros tus ojos. Gracias por llamarnos a tu servicio, la mejor vocación en toda la tierra. Por tu misericordia, por tu pacto, por tu fidelidad, haz de nosotros verdaderos instrumentos tuyos.

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